Infraestructuras y desarrollo. No todo vale
Gracias al esfuerzo inversor desarrollado en los últimos años, el País Vasco cuenta con una amplia red de infraestructuras básicas homologable en buena medida a la de los países más avanzados. En esta situación, la contribución de las nuevas inversiones al desarrollo, la competitividad y la mejora de la calidad de vida de las personas se debe analizar con cierta cautela, ya que, alcanzado un determinado nivel, la rentabilidad social en algunos tipos de infraestructura puede ser escasa o incluso negativa.
Sirva lo anterior para romper de plano una de las grandes falacias sociales que identifica de un modo directo construcción de infraestructura con desarrollo económico y bienestar, así como para señalar algunos criterios que pueden servir para orientar nuestras políticas de fomento. En primer lugar, tenemos que focalizar el esfuerzo en nuevos desarrollos específicos dirigidos a corregir importantes cuellos de botella y completar las redes existentes. En este sentido, son sin duda más coste-eficientes las inversiones ferroviarias que las de carreteras. Proyectos como la Y vasca y otros de desarrollo de trenes de corto recorrido que arbitren comunicaciones adecuadas entre los núcleos urbanos del País Vasco, abren nuevas posibilidades de comunicación de personas y mercancías, nos conecta a una red regional, estatal e internacional de la que estamos aislados y facilita un nuevo modo de entender la intermodalidad. Con estos nuevos proyectos, el ferrocarril se convierte en un medio de transporte competitivo, alternativo y funcional, y hace que nuestra red global de movilidad sea mucho más eficaz en su conjunto. En el otro lado de la balanza, nuestra red de carreteras está seguramente muy próxima al punto de saturación, y es más que improbable que las escasas mejoras de movilidad y productividad y el reducido impacto que se puede prever en la mejora de la congestión compensen tanto las costosas inversiones, como la ocupación de territorio, el efecto barrera y el impacto en la naturaleza de las nuevas obras en proceso de construcción.
En segundo lugar, se deben primar actuaciones que faciliten el uso y la puesta en valor de la red existente. Más que nueva infraestructura, las inversiones deberían priorizar actuaciones innovadoras que complementen las ya existentes y las doten de más y mejores prestaciones, así como de servicios que favorezcan una gestión activa de la movilidad. Sistemas como los avisos vía móvil, o dispositivos GPS sobre el estado de la red, los peajes electrónicos automáticos y el pago de uso de la infraestructura en base a las condiciones en tiempo real, así como otros relacionados con la seguridad y la mayor conectividad e integración modal, son los que pueden facilitar importantes mejoras de competitividad e incidir realmente en nuestra capacidad de desarrollo a medio y largo plazo.
Finalmente, tenemos que cambiar radicalmente nuestra perspectiva y poner nuestra máxima prioridad en la construcción de una nueva generación de infraestructuras inteligentes que nos preparen para las nuevas necesidades de la sociedad del conocimiento. La infraestructura es nuestra inversión para preparar nuestro futuro y éste es el que debe servirnos de filtro para establecer nuestras prioridades. Ya no basta con construir carreteras, puertos, aeropuertos, polígonos industriales... Tenemos que ser capaces de generar conocimiento y tecnología, facilitar su intercambio a nivel global y desarrollar nuestras habilidades para ponerla de modo competitivo en el mercado.
Las nuevas infraestructuras deberán consistir en un sistema de educación básica diferente, un sistema universitario que forme a los mejores profesionales y esté entre los mejores en investigación a nivel mundial y unos centros tecnológicos y de investigación que lideren proyectos científico-tecnológicos de envergadura global, traccionen al conjunto del tejido productivo en el difícil camino de la innovación y faciliten la aparición de nuevas empresas intensivas en conocimiento y tecnología que sean competitivas en los mercados internacionales. La formación de esta red implicará la inversión de importantes recursos económicos públicos y privados, pero sobre todo la conjunción de todo nuestro esfuerzo, inteligencia y liderazgo en la tarea. No me digan que no resulta ilusionante.
Iñaki Barredo es economista y socio de Naider.
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