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Columna
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Kafka en el Raval

Francesc Valls

La vida transcurre a pesar de la justicia. Mientras dura un procedimiento judicial sus protagonistas aman, se alimentan y trabajan. Otra cosa es que puedan vivir en su propio domicilio. Josep Mediñà -un albañil de toda la vida- y Antonia Veredas -con una tienda de remiendos- lo saben desde hace 16 meses. Ellos eran los inquilinos del inmueble situado en el primero segunda de la calle de Om número 9, en el corazón del Raval barcelonés. El 23 de julio de 2008, tras la llamada de un vecino, Josep y Antonia volvieron precipitadamente de sus vacaciones. Intentaron abrir la puerta. No pudieron. La cerradura había sido cambiada. La casa, su casa desde 1988, tenía nuevos inquilinos. La reacción lógica fue acudir a la policía. Los Mossos no podían hacer nada sin mandato judicial. Ahí empezó el vía crucis. Primero el sobreseimiento de la denuncia penal por usurpación, a pesar de que el Patronato Municipal de la Vivienda dio la razón a los demandantes: un sutil encaje de bolillos judicial. Después el reconocimiento por la vía civil de que efectivamente Josep y Antonia eran los inquilinos habituales. Y al llegar el momento de hacer efectivo el desahucio de los intrusos, el juez suspendió el desalojo. Por un euro permitió a los ocupantes continuar en el primero segunda debido a su situación de precariedad. Y ahí siguen. Y no deja de sorprender que en 16 meses el patronato municipal, que gestiona la vivienda en cuestión, haya sido incapaz de dar una solución a los demandantes y en sólo cinco haya logrado desahuciar a los vecinos de la puerta contigua -el primero primera- por dejar de pagar el alquiler.

Hay dos diferencias con 'El Proceso': Josef K. es detenido como presunto culpable y los interrogatorios, en la novela de Kafka, se producen en domingo

La maraña burocrática en que se han visto enredados Josep M. y Antonia V. nada tiene que envidiar a la peripecia del Josef K., protagonista de El Proceso. Al personaje de Kafka lo juzgan en una sala muy oscura. No entiende gran cosa sobre su juicio, supone que lo condenan. Aunque sólo logra certificar que es así cuando va a ser ejecutado. Las obscenas interioridades del poder parecen guardar más similitudes de las debidas entre el Imperio Austrohúngaro decadente y la España actual. Hay un par de salvedades: Josef K. es detenido como presunto culpable y los interrogatorios, en la novela de Kafka, se producen en domingo. Esos son, sin duda, dos elementos impensables en el ordenamiento jurídico español.

¿Es posible que en un sistema garantista el ciudadano se sienta a la deriva? La realidad así lo corrobora. No hay que aprovechar la marea para legislar en caliente medidas demagógicas que acaban con la restricción de la libertad. Se trata simplemente de que las instituciones cumplan las funciones que tienen atribuidas, que los funcionarios trabajen y que la burocracia se agilice. El desmoronamiento ético no parece ser una exclusiva de los tiempos que le tocaron vivir a Kafka. El caso de Josep M. y Antonia V. es suficientemente aleccionador.

La pérdida de sentido también se acerca a algunas instancias judiciales, que aparecen más empeñadas en surfear la realidad y en buscar eco mediático que en la introspección autocrítica. Así el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña hizo pública el pasado 31 de octubre una nota en la que recordaba que "la pena del paseíllo o la pena de telediario no existe en el Código Penal". Tan encomiable iniciativa venía a propósito del caso Pretoria de corrupción urbanística y de que destacados patricios de la sociedad catalana -algunos de toda la vida y otros precipitadamente sobrevenidos- aparecieran esposados ante las cámaras de televisión. Anteayer, viernes, el alto tribunal hizo pública otra nota de prensa en la que aseguraba que el de Josep M. y Antonia V. no era "un caso de okupación de vivienda". Se olvidó mencionar si el delito de "okupación" figura en el Código Penal. En un intento críptico por salvar el honor y llevar la infalibilidad más allá de los muros de la Roma pontificia, el alto tribunal se convirtió en una suerte de exégeta del movimiento situacionista. Fue capaz de matizar entre "okupación" y "ocupación". En la Cataluña del siglo XXI, Kafka tendría demasiado material.

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