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La mano visible controla la invisible

En octubre hemos sabido que los beneficios de bancos como Goldman Sachs y JP Morgan Chase se han disparado este año a pesar de la crisis, en parte gracias a la subida de las Bolsas. Al haber devuelto las ayudas recibidas del Gobierno de Estados Unidos, estos bancos volverán a repartir entre sus empleados grandes sumas. En 2008, en plena tormenta financiera Goldman Sachs distribuyó unos 4.800 millones de dólares en primas a sus dirigentes. Este año Goldman tiene reservados 16.000 millones para compensaciones similares. Según estimaciones del Wall Street Journal y The Economist, en 2009 los bancos de inversiones de Estados Unidos pueden repartir unos 120.000 millones de dólares entre sus gestores.

En un mundo globalizado es necesario que la política corrija los abusos del mercado

¿Por qué debe interesarnos lo que gana un banquero en Wall Street, en Londres o en cualquier otra plaza financiera? Por dos razones muy sencillas. En primer lugar, todo el sistema bancario se ha beneficiado del dinero público inyectado desde otoño de 2008 para evitar la implosión financiera. Las ganancias exageradas que hacen ahora se fundamentan en última instancia en el esfuerzo del contribuyente.

La segunda razón es que un esquema de retribuciones tan apetitoso fomenta prácticas que al final ponen en peligro al sistema financiero. En su informe de julio pasado sobre las causas de la crisis, titulado Cara yo gano, cruz tú pierdes, el fiscal de Nueva York subrayó que muchos de los banqueros que ganaron sumas enormes en la etapa de bonanza contribuyeron con sus prácticas arriesgadas a la debacle.

La magnitud de las cifras que se barajan exige una actuación de los Gobiernos. Algunos países están tomando medidas drásticas. Así, en Estados Unidos los gestores de las grandes empresas intervenidas (como AIG, Bank of America o General Motors) tienen limitados los sueldos. Pero los dirigentes de otras entidades financieras se resisten a aceptar tal restricción. Incluso, algunos apuntan a la posibilidad de trasladar sus actividades a lugares donde no llegue la mano reguladora.

En una economía globalizada, además de la regulación nacional, es precisa la concertación internacional para luchar contra actuaciones que perjudican la estabilidad financiera. En los Estados modernos, está demostrado que, junto a la mano invisible de la que habló Adam Smith como mecanismo natural por el que los mercados se ajustan, es necesaria una mano visible de naturaleza política que corrija los abusos. Ahora el reto es reforzar la mano visible en el plano internacional.

Mucho se ha avanzado con la creación del G-20 ampliado como nuevo marco institucional, y con la proclamación de principios y reglas para regular la economía y las finanzas globales. Pero queda mucho por hacer. Un pulso titánico entre las manos visible e invisible no ha hecho más que iniciarse en el orden global, y los ciudadanos debemos estar muy atentos al control de las finanzas internacionales.

El reforzamiento de la mano visible a escala mundial es un asunto que interesa a todos y debería ser objeto de debate y concienciación pública. No hay que pensar que estos temas son lejanos ni que pertenecen al mundo técnico e incomprensible de los iniciados. La regulación de los paraísos fiscales, de los sueldos de los gestores bancarios y financieros y de los hedge funds (fondos de cobertura) deberían ser reclamadas por los ciudadanos y por las fuerzas políticas y las autoridades monetarias. La introducción de una tasa sobre las transacciones financieras internacionales, reclamada por algunos, también debe ser explorada. Igualmente, habría que comprobar que la subida de las Bolsas en los últimos meses, sin relación con las expectativas de la economía real, no se ha realizado con la liquidez concedida por los bancos centrales, destinada a fomentar el crédito y no a favorecer la especulación.

En España se echa de menos un debate más serio sobre estas cuestiones. Nuestra participación en los foros internacionales, como miembros del G-20 ampliado, debería estar acompañada de un posicionamiento más claro, en el que todos, dentro y fuera, conociéramos cuál es la visión española del futuro de la economía y las finanzas globales. El Gobierno debería mostrarse menos absorbido por aspectos puntuales de la política exterior y pensar de manera ambiciosa, para elaborar propuestas de más calado sobre el orden global.

Más que una lucha entre izquierdas y derechas, ese pulso global de las manos visible e invisible es una pugna histórica entre un futuro en el que el orden internacional se basará en reglas más activas y un pasado donde todo estaba permitido, incluido el enriquecimiento inmoral de algunos. En ese pulso, España tiene mucho que aportar, pero ese ejercicio requiere una visión de futuro (qué mundo queremos) y una definición del papel que vamos a jugar ante los retos globales.

Martín Ortega Carcelén es profesor de Derecho Internacional en la Universidad Complutense de Madrid.

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