Predominaba el desacuerdo
Qué va a hacer el Gobierno para garantizar que el uso del sistema Sitel (de interceptación de comunicaciones) se haga garantizando los derechos fundamentales?", preguntó el diputado del PP Carlos Floriano al ministro Rubalcaba, y nada de ofensivo hubiera habido en ello de no ser porque desde agosto ese partido viene acusando al Gobierno de ordenar escuchas ilegales de sus dirigentes y de estar instaurando un Estado policial; y porque el PP ya había suscitado el asunto 15 días antes y obtenido explicaciones del Gobierno, y también de jueces y fiscales avalando la legalidad del sistema.
Había, pues, motivos para la irritación de Rubalcaba, pero si alguien está obligado a no dejarse llevar por la ira es el ministro del Interior. Fue un error su empeño en seguir la discusión fuera del hemiciclo, en tono personal, con el interpelante y otro miembro del PP, González Pons. Pero la acusación de éste de que el ministro había reconocido espiarles al decirles que veía y escuchaba lo que decían es ilógica: nadie desmiente haber espiado a un partido y se dirige luego a quien le acusa de hacerlo para decirle que ande con cuidado porque le tiene bajo vigilancia.
La explicación de Rubalcaba es más lógica: que los otros negaban haber acusado de eso al Gobierno y él les dijo que les había oído hacerlo en radio y televisión. Pero además de los nervios, el ministro perdió la ocasión de admitir que, aunque los tribunales avalan la legalidad de Sitel (confirmada ayer por una nueva sentencia del Supremo), tal vez sea conveniente que una ley precise las garantías para su utilización. En su descargo cuenta que el planteamiento del PP en términos de ilegalidad y persecución política no es lo más favorable a un diálogo civilizado sobre esa posibilidad.
En medio de esta bronca hubo dos rasgos de humor, quizás involuntarios: Floriano dijo ayer en la Cope que el ministro le insultó llamándole paranoico; y añadió: "Imagino que nos estará escuchando; debe estar todos los días escuchándome". El presidente del Congreso, José Bono, testigo de la discusión, interrogado sobre si había sido muy violenta, dijo que si bien no encontró excepcional el tono, sí le pareció que "predominaba el desacuerdo entre ambos".
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