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Columna
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Peter Pan no existe

Que los 30 son los nuevos 20 es algo que uno puede notar a simple vista. Antes, alguien de veintitantos años alcanzaba estabilidad laboral y empezaba a pensar en formar una familia. Ahora el ansia de madurez se acomete al pasar los 30 años... si es que puedes. Cada vez es más obvio que el peterpanismo tiene un lado oscuro. No se trata de adultos intentando prorrogar su juventud, sino de hombres y mujeres hechos y derechos atrapados en un modo de vida juvenil.

La estampa que se nos intenta vender es la de un hombre de 35 tacos que se niega a crecer. Es una imagen potente, moderna, encantadora, atrevida, gamberra. Pero falsa. No es que vaya contra la sociedad queriendo ser un adolescente eterno, es que la sociedad no le deja madurar. No es un rebelde, es un tipo en permanente contrato en prácticas, un profesional encerrado en el cuerpo de un becario.

Licenciados universitarios se topan con un mercado incapaz de sostenerles

Hace un par de días, EL PAÍS publicó un reportaje titulado "Matriculado en la euforia y licenciado en el desastre" que retrataba el desolador panorama al que se enfrenta un licenciado universitario cuando trata de integrarse en el mundo laboral. Lo primero: no encuentran trabajo en el sector para el que han estudiado. Lo segundo: o bien se incorporan a un puesto de trabajo inestable y mal pagado, que por supuesto no tiene nada que ver con su carrera, o bien dilatan su vida estudiantil con másters o posgrados que prometen prácticas (gratuitas o penosamente remuneradas) en empresas donde tu trabajo no se ve como una aportación que realizas sino como un favor que te hacen.

Hemos crecido bajo la falsa promesa de que, si estudias duramente, podrás conseguir el trabajo que quieras. La licenciatura universitaria como pasaporte de seguridad laboral. Ahora, licenciados universitarios de una insultante juventud (uno puede acabar la carrera a los 21 o 22 años, tras cuatro años de estudios) se topan con un mercado laboral incapaz de sostenerles. Así, su adolescencia se prolonga indefinidamente haciendo cursos, sacándose el carné de conducir, estudiando inglés y francés... Y por supuesto, viviendo con sus padres o compartiendo piso con amigos, al modo adolescente.

Se puede poner a esta situación una etiqueta cool: generación X, generación Y, los niños perdidos... Quizás eso ayude a vender ropa y revistas o a hacer anuncios de bebidas refrescantes. Pero lo único que esa etiqueta hace es rellenar de falso encanto una situación carente de todo atractivo. Más que nada porque no se trata una decisión consciente, no es un acto de rebeldía, sino una obligación. Llegará el momento en que la fantasía de un treintañero no será permanecer joven y salir todas las noches, sino tener una hipoteca y comprar libros escolares para sus hijos. La bohemia se verá como algo gris y poco interesante mientras un trabajo fijo y un horario de 9 a 5 será lo más trendy. Las portadas de las revistas juveniles estarán copadas por funcionarios y oficinistas: "Ramón Sánchez, administrativo, nos enseña su nómina y nos cuenta qué hará con su paga extra de Navidad", "Contrato fijo desplegable en el interior" o "¡Cristina García estudió Derecho y trabaja de abogada!".

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