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AL CIERRE
Columna
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El bolero de Miguel

Yo creo que Miguel no leyó nunca la novela que un día (de rosas y felicidad, seguramente) le regaló a su novia (o a su amante). La novela se llama Isabel y su autor es André Gide. Si la hubiera leído, probablemente no habría escrito la dedicatoria para su amada: "Es la historia de un amor idealizado que no puede soportar la confrontación con la realidad. Realmente el nuestro podrá soportar todo. Te quiero. Miguel". Éstas son las palabras que Miguel, alguien que no conozco y que probablemente jamás conoceré, estampa en la edición de Alianza de 1967. Dicho ejemplar, con la dedicatoria, lo encontré en una caseta de la última Feria del Libro de Ocasión de Barcelona. Abrí el libro y vi la escritura pulcra y redonda, el trazo esperanzado del que no prevé la desilusión. La primera frase es la reproducción exacta de la contraportada. Sólo la segunda, la más dolorosamente autobiográfica, pertenece a Miguel. ¿Por qué digo que Miguel no leyó el libro que regala? Tengo una teoría. Primero, porque tuvo que apelar al texto de la contraportada para equiparar su romance con el que supone que hay en la novela. (O un acto de humildad literaria: mejor copiar que intentar infructuosamente ser original, en caso de que sí lo hubiera leído). Luego, es probable que la destinataria del amoroso obsequio se llamara Isabel. Por ello Miguel se lo regala. Pero la Isabel de Gide ofrece un itinerario sentimental algo desconcertante, esa silueta de mujer lacerante que tantas veces encontramos en los poemas de amor más sublimes de los surrealistas. Si Miguel hubiera leído lo que regalaba, habría atisbado incluso desde su ingenuo optimismo algunos de los muchos indicios de inconstancia amatoria que Gide dibujó en los ojos y en los melodramáticos gestos de su heroína. ¿Y si realmente hubiera leído la novela? Si fue así, entonces Miguel o no entendió la novela (además de no entender a su novia o a su amante) o ignoró los inquietantes paralelismos que se suelen establecer entre realidad y ficción.

Miguel me confiesa desde una indeterminada distancia en el tiempo que su amor será imperecedero. Que nada podrá con él, ni siquiera confrontándolo con la desdichada realidad que a la postre lo rompió. Isabel hizo bien en no seguir con Miguel: cómo seguir con un tipo que se cree dueño también de tu destino. Pero dudo de que haya hecho bien en no conservar el libro, aunque más no hubiera sido para guardar como recuerdo ese aire de bolero empecinado que dibuja su dedicatoria.

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