Las elecciones espolean a los republicanos
Los demócratas pierden los Gobiernos de los Estados de Virginia y Nueva Jersey - Los comicios suponen un aviso para Obama, pero no un juicio a su presidencia
Con todas las precauciones necesarias respecto a unos resultados muy influidos por asuntos locales, las elecciones del martes en Estados Unidos representan un pequeño impulso para el Partido Republicano y una cierta llamada de atención para los demócratas y Barack Obama. Mucho más dudoso es que se pueda interpretar esta parcial convocatoria a las urnas como un referéndum sobre la popularidad del presidente.
Los republicanos recuperaron los puestos de gobernador de Virginia y Nueva Jersey. En el primer caso, Bob McDonnell, un conservador de ley, orden y Dios, ganó holgadamente en un territorio que sigue estando mayoritariamente a la derecha. En Nueva Jersey, en cambio, Chris Christie, un moderado, destronó al actual gobernador en un Estado de larga tradición demócrata.
La oposición pierde un escaño en Nueva York que controlaba desde la guerra civil
La popularidad de Obama no repercute por sí sola a favor de los demócratas
El doble triunfo en dos lugares en los que Obama había ganado el año pasado ha sido considerado por el liderazgo de la oposición como el punto de apoyo para el relanzamiento del partido de cara a las legislativas del próximo año y a las presidenciales de 2012. "Esto permitirá vigorizar a nuestros voluntarios, a nuestras organizaciones y a nuestros donantes", manifestó ayer el presidente de la Asociación de Gobernadores Republicanos, Haley Barbour.
La gran noche republicana tuvo, sin embargo, un lunar de cierta trascendencia. La oposición perdió un escaño de la Cámara de Representantes por un distrito de Nueva York que había ganado desde la guerra civil. Y eso fue posible únicamente porque los conservadores extremistas impusieron a un candidato de su línea y obligaron a renunciar a la elegida por los responsables locales, más moderada, lo que provocó una división interna que acabó beneficiando a los demócratas.
Cada una de estas elecciones tiene su importancia y tendrá sus efectos. Pero la gran incógnita de la noche era la de saber qué indicaban estos resultados respecto a la política nacional, y en ese sentido su interpretación es más compleja. El portavoz de la Casa Blanca, Robert Gibbs, dijo que el presidente no había seguido de cerca la aparición de los resultados.
Por un lado, estas elecciones vuelven a demostrar el sentido del equilibrio que orienta a los votantes norteamericanos. Desde hace 20 años, estos comicios en Virginia y Nueva Jersey los gana el partido que no está en la Casa Blanca, sea cual sea.
Por otra parte, hay diversos factores que tener en cuenta en ambos Estados mucho más determinantes que la popularidad de Obama o la política de su Gobierno. En el caso de Nueva Jersey, uno fundamental es el desprestigio del gobernador demócrata, Jon Corzine, a quien se reprocha una pésima gestión de la crisis económica y que estaba más de 10 puntos por detrás en las encuestas antes de que Obama participase en la campaña. Acabó perdiendo por cinco.
En Virginia, el fracaso del candidato demócrata, Creigh Deeds, se veía venir ya desde los primeros días de una campaña electoral que ha sido considerada como un monumento al disparate. Marginando a la población negra -muchos de sus principales representantes ni siquiera le dieron su apoyo- y urbana, Deeds destruyó la coalición que hace un año había puesto a Virginia del lado demócrata por primera vez desde 1965. Cuando Obama acudió al rescate Deeds llevaba ya una desventaja de 20 puntos.
Tanto en Virginia como en Nueva Jersey las encuestas reflejan una popularidad del presidente cercana al 60%, en torno o por encima de la media nacional, aunque muchos de los que votaron por él en 2008 no se han sentido ahora llamados por el mismo movimiento. En Nueva Jersey, un 57% de la población aprueba la gestión de Obama, pero un 20% de ellos votó por Christie.
Al mismo tiempo, estas elecciones sí aportan algunos datos que pueden ser motivo de inquietud para los demócratas y de preocupación para la Casa Blanca. Entre los primeros, eso mismo, el hecho de que la popularidad de Obama no repercuta automáticamente a favor de cualquier candidato del partido del Gobierno. Eso es un problema que puede ser serio cuando la suerte de muchos de los proyectos de la Casa Blanca está en manos de congresistas que deben someterse a elecciones dentro de un año.
Algunos congresistas demócratas pueden entender, por erróneo que resultara el cálculo, que éste es el momento de que cada uno se salve por su cuenta y que el respaldo a la reforma sanitaria y otros proyectos no sólo no es garantía de éxito sino que puede ser un obstáculo para la reelección.
Para el presidente, el indicador más alarmante de la noche del martes es, sin embargo, el comportamiento de los electores que se definen como independientes. Un 60% de los que responden a esa denominación se inclinaron por el candidato republicano en Nueva Jersey.
Los independientes no sólo jugaron un papel fundamental para elegir a Obama sino que fueron un factor muy importante durante la campaña electoral para demostrar el espíritu bipartidista que inspiraba la candidatura del actual presidente. Sin el apoyo de los independientes, decepcionados porque consideran que la Casa Blanca está atendiendo demasiado los intereses de la tradicional clientela demócrata, Obama se convierte en un político tradicional y su fuerza renovadora pierde fuelle.
Todos los efectos detectados en esta jornada electoral parecen aún frágiles y, probablemente, sencillos de revertir. Existe un factor psicológico que, sin duda, hay que tener en cuenta y que ayudará a los republicanos a superar la depresión en la que estaban sumidos. Pero quedan aún muchas batallas por librarse hasta el próximo duelo en las urnas.
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