Soy lo (casi) prohibido
Dice el dicho que la política es el arte de lo posible, aunque cada vez se parezca más al arte de lo imposible. Porque imposible es ser detenido por corrupción y no dimitir; cambiarte de partido y no dimitir de tus votantes que te votaron porque pensabas una cosa que ya no piensas, porque la presunción de inocencia es lo menos inocente del mundo, políticamente hablando. Ya estamos vacunados contra eso. Ni España es más corrupta ni menos que otros países, porque la corrupción es más humana que geográfica. Baste mirar lo que hacían, por ejemplo, los diputados británicos con los privilegios económicos derivados de su circunscripción. Ni los nórdicos, con su bonhomía y sentido común habitual, escapan a esa malaria del cargo público mal entendido. Pero, son más los buenos funcionarios, los buenos gestores de la cosa pública (aciertos y errores incluidos).
Total que, sin llegar al grado italiano, donde se jalea a Berlusconi por sus desmanes (hasta que dejen de jalearle, que todo llega), lo importante no acaba siendo el pecado mortal, sino que duele más el venial, el cotidiano, el del día a día, el que va más allá de la ideología y se emparenta con el hábeas corpus de la ciudadanía. Por ejemplo, la refundación de la ley antitabaco que pretende Trinidad Jiménez, ministra de Sanidad, y que no es sino la constatación de un fracaso estatal, autónomico. Si algo es imperdonable en un Gobierno de donde sea y de la ideología que sea es que prohíba lo legal. Un fumador es un tipo legal que compra su producto en un estanco, deja su porcentaje de impuestos en la compra y, cuando es educado, apaga su cigarrillo en un cenicero. Resulta que la ley de su predecesora, la superministra Salgado, ha sido un barquito de papel en un canalón de agua, y ahora Trinidad Jiménez quiere meter en el mismo canalón una especie de transatlántico con ese argumento tan cañí de que "es lo que hacen los países de nuestro entorno", como si nosotros no tuviéramos capacidad para pensar solitos. Está claro que el "que inventen ellos" aún tiene un cierto grado de vigencia.
En la sociedad transversal, fumadores y ex fumadores tienen que convivir sin agredirse; es decir, sin discriminación positiva en beneficio de unos y en detrimento de otros. La libertad nunca la he entendido como una tarta que se puede servir en porciones eligiendo a quién dejas sin postre. Ahora los fumadores, ahora a los no fumadores. Lo más sincero que se le puede pedir a un gobierno es que sea sincero: si aborrece el tabaco, que lo prohíba, y el alcohol y el tráfico de coches en las ciudades, y que detenga a todas las pobres prostitutas del mundo y condene a todas les televisiones que incumplen las exigencias del horario infantil y prohíba a los negacionistas del holocausto e impida que Aznar, por el bien de España, hable en inglés. Desde luego yo, fumador confeso y espero que no convicto, estoy harto de ser casi lo prohibido, de acercarme al bolero del autor mexicano Roberto Cantoral, porque cuando entro a un estanco y compro el tabaco hago un bien al Estado y cuando salgo enciendo el cigarrillo me convierto casi siempre en delincuente. Así no hay quien viva.
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