Una Argentina para el nuevo siglo
Tres destacados políticos, dos peronistas y un radical, debaten cómo el país puede recuperar el peso internacional que ha perdido en los últimos 50 años
Argentina fue al principio del siglo XX una potencia emergente, capaz de compararse, por su sistema educativo, su red de transporte y su solidez económica, con Canadá o Nueva Zelanda. Las perspectivas eran favorables, pero los resultados resultaron decepcionantes. El mundo atraviesa ahora un nuevo proceso de cambio, en el que surgen nuevas referencias. ¿Qué puede hacer Argentina a principios del XXI para recuperar el protagonismo que tuvo en el concierto internacional en otro tiempo?
La imagen de Argentina en el mundo depende no sólo de sus políticas internas, sino también de su política exterior y de su posicionamiento en América Latina. EL PAÍS ha querido alentar una mirada sobre ese futuro papel de Argentina en el mundo y ha convocado a tres políticos con experiencia reciente de gobierno y con demostrada voluntad de diálogo para protagonizar este debate.
Terragno: "Nuestra política exterior debe estar guiada por el pragmatismo"
Dos de ellos fueron jefes de gabinete, el peronista Alberto Fernández (2003-2008) y el radical Rodolfo Terragno (1999-2000). Rafael Bielsa fue ministro de Relaciones Exteriores de 2003 a 2005 (con Kirchner). Los tres charlaron durante casi dos horas. Esto es un extracto de la conversación, con dos conclusiones posibles: Brasil tiene el liderazgo indiscutible en la región y eso debe ser una suerte para Argentina, y Argentina necesita de Mercosur y de los procesos de integración para recuperar influencia. Y un punto de acuerdo total: Argentina no hará nada si no es capaz de pensar a medio y largo plazo y si no termina con su extrema polarización política.
Pregunta. ¿Cuáles son los aliados de Argentina en los próximos años?
Rodolfo Terragno. Creo que los aliados privilegiados de la Argentina deben ser, primero, los países vecinos. Segundo, nuestros principales socios comerciales, que son EE UU y la UE. Tercero, los países que invierten en la Argentina, EE UU y la UE, principalmente España. Cuarto, en otro plano, los países con los que tenemos intereses comunes en el marco de los organismos internacionales, como la Organización Mundial del Comercio. Me parece además fundamental que la política exterior esté guiada por el pragmatismo, no en función de las políticas que aplicamos hacia el interior.
Alberto Fernández. A mí me parece que América Latina tiene un serio problema de integración. Pienso en Argentina y Uruguay, que tienen un nivel de asociación cultural enorme, o en Argentina y Brasil, que tienen una asociación económica inmensa, y en las dificultades que tenemos para traspasar las fronteras. Segundo, de la crisis ha emergido un nuevo polo de referencia, y Brasil es parte de ese nuevo polo, nada más y nada menos que nuestro principal socio. Brasil no solamente sobrellevó la crisis mejor que nosotros, sino que la aprovechó de un modo extraordinario. Esto es un ejemplo de pragmatismo. Es interesante ver cómo, con ese pragmatismo, Lula se anima a decir: "Hay que terminar con el dólar como moneda de intercambio común", y que, al mismo tiempo, sea el presidente al que Obama privilegia como su interlocutor en la región.
P. ¿Qué cambia para Argentina con la llegada del presidente Obama?
A. F. Argentina, como el resto de América Latina, ha encontrado por vez primera un presidente norteamericano que, al menos, expresa una vocación de entender a América Latina. Si nosotros no logramos llevarnos bien con el Gobierno de Obama, no vamos a llevarnos bien con ningún otro. Es una oportunidad que no debemos desaprovechar. Como consecuencia de una serie de cosas que han ocurrido últimamente, Argentina ha ido perdiendo protagonismo en la región. Y debe recuperarlo. Ya nadie duda de la posición de liderazgo de Brasil, económicamente hablando, pero Argentina tiene influencia cultural sobre muchos países de la región.
Rafael Bielsa. Retomo lo observado acerca del "enorme cambio" al que se refiere Alberto. Hay un cierto defecto de la institucionalidad internacional también. La OEA no ha podido solucionar un conflicto como el de Honduras, el FMI se replantea su función respecto de sí mismo, el Consejo de Seguridad de la ONU tampoco puede resolver el conflicto árabe-israelí... En este contexto, ¿cuál es el problema de Argentina? Si para nuestra patria el largo plazo es el fin de semana, es difícil pensar una política exterior y de qué manera insertarse. Cuando llegamos al Gobierno en 2003, Brasil tenía un liderazgo de volumen indiscutible. Hoy Brasil tiene un liderazgo de volumen y de concepto.
P. ¿Argentina reconoce ese liderazgo?
R. B. Objetivamente es así. Yo siempre soñé a la patria como un país con liderazgo e iniciativa. Pero los liderazgos no se disputan, se conceden o no. Argentina vuelve a tener una suerte, que consiste en ser vecino de Brasil. Para nosotros es mucho mejor que sea verdad el Brasil que bate récords de exportaciones a que prevalezca el Brasil de las favelas. Nos conviene que prevalezca un Brasil que pelea por su lugar en el Consejo de Seguridad, que se transforma en un actor global, que está globalizando sus empresas. Esto es una oportunidad para nosotros.
P. ¿Argentina está descolocada respecto a Brasil?
R. T. Brasil tiene un peso específico mucho mayor que el de Argentina y que le permite estar en una liga junto con Rusia, India y China. Pero Brasil necesita de Argentina. Nos necesitamos mutuamente. No sólo por la vecindad, sino porque, si Mercosur se concretara, pasaría a ser una nueva dimensión del mercado interno y nos permitiría tener un predicamento en las relaciones externas que hoy no tenemos.
A. F. Respecto al papel de Brasil, el gran mérito de Lula es que asumió el liderazgo regional sin hacernos notar que lo asumía. Es un líder extraordinario. Ha tenido que tomar muchas decisiones para que la integración con América Latina funcione, incluso cuando chocaban con los intereses de sectores de Brasil y tomaba esas decisiones en contra de su ministro de Economía. Lula sostenía que era más importante la integración que un tema coyuntural.
R. T. Creo que debemos establecer políticas duraderas en política exterior, pero ante todo en base a los intereses percibidos del país y no de una concepción ideológica.
P. ¿Cómo afecta el conflicto de las Malvinas?
R. B. En la época en que fui canciller yo siempre repetía que, aunque haya que esperar cuatro años, 40 años o 400 años, las Malvinas son y serán argentinas. Si Argentina fuese un país confiable y predecible, nadie iría a buscar a 12.000 millas lo que tiene a 400 kilómetros de distancia: hospitales, seguridad, comida. Quiero decir que, si somos un país serio, las vamos a recuperar y si no, no.
R. T. La buena negociación es aquella en la que las dos partes se consideran perdedoras, y eso obliga a que, en situaciones de conflicto, la política exterior no sea la del megáfono, sino la del teléfono rojo, usado con discreción. Si cualquier concesión es vivida como una rendición y una ofensa al orgullo nacional, ya no hay margen para negociar. Esto pasó en Malvinas. Margaret Thatcher no tenía apoyo para recuperarlas por la fuerza. Ella presentó un plan que consistía en que, si ambas partes se retiraban, la ONU se hacía cargo. Los países comenzaban a negociar la soberanía. Presentó eso y contuvo el aliento. Si la dictadura aceptaba, Inglaterra perdía para siempre las Malvinas. Pero la dictadura entendió que si hacía esto, se rendía. Cuando un conflicto ha producido una exaltación colectiva tan grande se hace difícil hallar una solución que no sea vista como una humillación, y esto hay que evitarlo siempre en las relaciones internacionales.
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