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Columna
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Recuérdame en Polaroid

En el DVD de la versión de lujo del último disco de Mark Knopfler el músico enseña su nuevo estudio de grabación. En el tour por el fabuloso espacio de última generación, Mark y su productor reseñan dos piezas con especial orgullo. No se trata de artilugios de la más avanzada tecnología, procesadores, micrófonos u ordenadores capaces de extraordinarias proezas técnicas, sino todo lo contrario. Una mesa de grabación de los años sesenta como la que usaban los Beatles en Abbey Road y otra con la que, de hecho, grabó Paul McCartney el disco Band on the run, de 1973, son sus grandes adquisiciones. No son reliquias con las que adornar su moderno estudio, sino aparatos que Knopfler ha utilizado para registrar su CD recién publicado.

Lo último es lo antiguo. Los avances tecnológicos nos han superado y ya no nos reconocemos en ellos

Lo último es lo antiguo. Los avances tecnológicos nos han superado y ya no nos reconocemos en ellos, a través de ellos. Hace unos años que se ha disparado el consumo de vinilos. Mientras que el CD muere, sobre todo reemplazado por la descarga digital, aumenta el número de oyentes del viejo disco negro escarificado (la caja deluxe del disco de Knopfler contiene dos). Todo comenzó como una tendencia freak, luego cool, más tarde nostálgica, pero cada vez son más los que defienden la calidez del sonido analógico frente a la asepsia del digital.

No es una cuestión de modas, es un tema de autenticidad. Mark Knopfler no sólo busca hacer un disco con resonancias antiguas, sino grabar un álbum que suene real, y la verdad está en la imperfección, está sobre todo en nosotros mismos, y nosotros estamos hechos de pasado. El ex Dire Straits quiere sonar para los demás como suenan para él sus ídolos, la gente a la que respeta y admira. Anhela que su voz y su guitarra queden retratados por máquinas que se le parecen, que se articulan moviendo palancas como extremidades, que emiten sonidos, que fallan, que se sobrecalientan, que envejecen.

Hace 15 días supimos que resucita la Polaroid. La cámara de fotos instantáneas entró en definitiva bancarrota el año pasado arruinada por el auge del retrato digital. Su defunción supuso una conmoción para muchísimas personas que entendieron que había desaparecido parte de su historia, al menos uno de los formatos en que estaba contada. No es sólo cómo queremos recibir la información, la sonora y la visual, sino cómo deseamos comunicarnos, perdurar. La Polaroid, que volverá a las tiendas a mediados del año que viene, nos dibujaba con unos colores y una textura orgánica y, sobre todo, con una incorregible espontaneidad, convirtiéndonos en personas mucho más humanas, más sinceras, especiales e irrepetibles.

Entre las grandes comunidades virtuales de fans de la Polaroid está polaroid.net, contenedor de la mayor colección de estas fotos (alrededor de 230.000) colgadas por más de 17.500 miembros, entre ellos 40 madrileños. Prácticamente todas las fotos de los madrileños son retratos. En varias de ellas aparece la propia cámara como si se tratase de un familiar más, de una mascota, de un apéndice de los cuerpos inmortalizados. Chicos y chicas, la mayoría jóvenes, fuman, ríen, duermen o toman el sol desde esa dimensión romántica y algo tétrica de la Polaroid, entre la luz melosa de ese planeta desaparecido, tristemente feliz, bohemio e íntimo.

En Internet se han creado numerosos foros para la conservación de la Polaroid. Madrileños y gente de todo el mundo reclamando a través de medios digitales el retorno de una técnica antagónica. Cientos de miles de personas que a partir del verano que viene podrán volver a adquirir cámaras y carretes Polaroid como ya compran sin dificultad vinilos en los grandes centros comerciales (y no sólo en tiendas de segunda mano). Es una nueva oportunidad de interaccionar con los demás, de recibir sus ecos y compartir nuestros reflejos de una manera mucho más natural, más acorde al tiempo en el que aún navega nuestra mente y nuestra emoción.

Quizá el próximo verano veamos a turistas por la plaza de España disparando fotos desde esas cámaras casi cúbicas, a lo mejor también nosotros nos apuntamos a la nueva fiebre de la instantánea de colores desmayados, a esa imagen revelándose poco a poco ayudada por nuestro aliento. Y al final de las vacaciones tendremos una colección de exclusivas, incopiables e inalterables polaroids a las que hacerles fotos digitales para poder colgarlas en Facebook.

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