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Columna
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¿Sí o no?

Andoni Zubizarreta

Creo que ya les he hablado alguna vez de mi amigo Álvaro. Álvaro ya no está entre nosotros. Ya hace un tiempo que nos dejó con su vacío y a mí con unos cuantos sabios mensajes que, de cuando en cuando, me ayudan a ordenar este batiburrillo que es el fútbol ("ya la vida, Andoni, y la vida", que cerraría Álvaro). Mi amigo solía acabar sus explicaciones con una pregunta: "¿Sí o no, Andoni; dime, sí o no?". El cierre valía igual para cosas de cocina que de negocios o de fútbol. Y ahora me tomo la licencia de copiar la frase para certificar que donde había crisis en el Barça todo se ha convertido en un remanso de tranquilidad, que donde había un proyecto postgaláctico andan las cosas un tanto oscuras, que donde había una alternativa atlética al poder hay ahora un gran agujero negro, que donde parecía que el agujero negro se llevaba también a los hombres del Valencia ahora sobrevuela el murciélago vivito y coleando. ¿Sí o no?, preguntaría Álvaro para saber cuánto de todo lo anterior es real y cuánto es producto de la sugestión, cuánto resultado de nuestro propio autoengaño y cuánto se compone de la realidad más real.

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¿Se puede pasar de un ciclo acabado a una goleada estratosférica? ¿Se puede pasar de ser un portero milagroso a convertirse en un guardarredes vulgar? ¿Se puede transformar un equipo competitivo en una sucesión de muñecos de plastilina? ¿Se puede pasar de una defensa férrea a regalar un gol de pizarrín, en el último segundo, cuando ya el árbitro acercaba el silbato a los labios para decretar el fin de la contienda? ¿Se puede pasar de líder a medioclasificacionista sin pasar por un estadio intermedio? ¿Cuánto hay de real en todas estas cosas, en estos temas, en los que nos solemos enfrascar cada semana futbolera y cuánto es resultado de la imaginación, de la interpretación, de la necesidad de tener algo sobre lo que hablar? Por ejemplo, las caras de los jugadores y el entrenador del Villarreal al finalizar el partido del domingo revelaban que el sufrimiento había sido real. No había nada de impostado en la ovación de su público, que, más que alegría, revelaba el deseo de ahuyentar a los demonios lejos de El Madrigal, no fuera a ser que los intangibles tuvieran que ver con la cara negativa de la diosa Fortuna.

Sin embargo, me parece más artificial ese escrutinio de cada gesto de Messi en busca de signos de una infelicidad hipotética (no tardaremos en ver el mismo escrutinio de la sonrisa de CR; si no, al tiempo). El problema no es lo que vemos, sino lo que esperamos ver. Y para ilustrarlo voy a recoger lo que escribía Juan José Millas en su artículo sobre Maragall en el suplemento del domingo del EL PAÍS: "Qué peligro, pensé más tarde, tiene la mirada del observador, incluso la del observador informado. Todos vemos lo que esperamos ver, de modo que si uno busca en otro el Alzheimer encontrará el Alzheimer (pero sólo el Alzheimer)".

Claro, si miramos al rostro del crack argentino buscando tristeza y desasosiego, lo acabaremos encontrando, lo mismo que si deseamos encontrar dudas en el equipo blanco o debilidades en los atléticos o conformismo en mis rojiblancos o actitudes infantiles en la defensa osasunista o... Veremos y certificaremos eso..., pero solo veremos eso. Y me pregunto si estamos capacitados para mirar de una forma más amplia, hasta más generosa, alguien diría que más luminosa, en medio de un mundo tan mediatizado como el del fútbol, tan lleno de intereses propios y ajenos. Tan contaminado y tan lleno de observadores informados, empezando por mí mismo, que cada día nos consideramos en condiciones de contestar a esa pregunta tan sencilla: ¿Sí o no, Andoni; dime, sí o no?

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