Libertad de tono
"La libertad de usar todos los tonos", escribió sabiamente Albert Camus. Y es verdad que hay mucha sensación de libertad, mucha comprensión de lo que significa ser libres en la capacidad de abordar determinados asuntos en un tono distinto del que nos impone su argumento; de tomarse, por ejemplo, en serio lo leve, o de introducir la risa, es decir, el espejo en aquellas cuestiones que más se empeñan en no verse reflejadas.
La libertad, pues, de usar todos los tonos. Y es muy probable que la sociedad vasca sea una de las mejores preparadas del mundo para comprender esta frase, el sentido profundo de la libertad tonal. Porque una de las tantas cosas de las que nos ha venido privando el terrorismo es de la posibilidad de aplicar alegre, despreocupadamente, ciertos tonos a ciertos asuntos. La violencia nos ha acotado, alambreespinado también el territorio de la ironía y el humor.
De ahí el interés y sin duda el éxito de un programa como Vaya Semanita, del que no me confieso fan incondicional -creo que sus guiones ganarían si no se apoyaran tanto en el solo tirón del estereotipo-, pero al que, desde luego, sí reconozco el (no pequeño) mérito de haber reducido el terreno de los temas tabú para la risa; de haber recuperado para la sociedad vasca cuotas de humor expropiadas durante decenios, no sólo por la tragedia, sino por los discursos (tantos) que han sostenido la intocabilidad de ciertos asuntos, o si se prefiere la idea, escalofriante, de que determinados asuntos deben estar excluidos del trajín del pensamiento crítico, y por ello, de la libertad tonal. Afortunadamente, estas ideas tienen cada vez menos adeptos y el humor avanza entre nosotros, se va abriendo paso en lo más serio, va desmontando silencios y alambradas.
Tal vez como un signo de esos nuevos tiempos hay que leer el hecho de que el Gobierno vasco haya acudido para su nueva campaña de tráfico a dos personajes de Vaya Semanita: el Jonan y el Txori, cuyo habitual aturullamiento verbal y mental se serena aquí para decir que las normas de tráfico están para cumplirse, esto es, para vivir; porque pasarse de velocidad al volante es apostar por el descalabro y la tragedia. Ellos, como lo ven claro, se comprometen igual, de un modo meridianamente inteligible a "respetar todos los límites de velocidad". En una única frase, suficiente, y cuya brevedad realza, dobla su sentido. Que lo bueno si breve, etcétera.
Y no me resisto a cerrar estas líneas de libertad tonal ensayando la ironía, por la vía de contrastar esa brevedad con los 36 folios (sic) del documento con el que Batasuna dice querer decir lo que aún no ha hecho, que es condenar la violencia e ilustrar la independencia que pretende para el país con el ejemplo de su propia independencia. Treinta y seis folios son, sin duda, demasiados; cuesta mucho retener su fórmula. Tal vez no sería mala idea que pidieran consejo al Jonan y al Txori para diseñar alguna forma de comunicación más corta y creíble.
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