El sindicato quiere ser vanguardia
La última "reflexión" política del Comité Nacional de ELA sigue la estela de la realizada el 20 de octubre de 2008, en la que se abordaba una revisión crítica de lo acontecido en los diez años que siguieron a la Declaración de Lizarra. De su contenido se deduce que no hay desvíos en la línea estratégica del sindicato: la ELA de Adolfo Muñoz y Amaia Muñoa pisa las huellas marcadas antes por Germán Kortabarria y José Elorrieta. La única diferencia es de tono a la hora de reclamar la desaparición de ETA. Hasta ahora decía de la organización terrorista que "sobra y estorba" en el proceso de propiciar el "polo social y político por la autodeterminación" que propugna. Ayer reclamó directamente su desaparición, aunque con el alambicado lenguaje que utiliza en soberanismo militante.
ELA pretende hacer valer su fuerza sindical en el polo soberanista
El sindicato hegemónico achacó el fracaso de Lizarra a que su gestión quedó en manos de ETA y de los partidos políticos, orillando el empuje sindical que activó aquel proceso mediante la unidad de acción que iniciaron ELA y LAB (Elorrieta y Díez Usabiaga) en 1994. Por esa misma razón siguió sin ningún entusiasmo las vicisitudes de los sucesivos planes soberanistas de Ibarretxe así como el último proceso de paz, en los que no tenía arte ni parte.
El fracaso de esas intentonas, las necesidades existenciales de la izquierda abertzale y el desplazamiento del PNV del poder autonómico ha vuelto a dar cuerda a la creación de un frente soberanista, del que ELA sigue siendo ferviente partidaria. Sin embargo, apalancada en la fuerza de sus casi cien mil afiliados, el sindicato no está dispuesto a entrar en un polo donde ocupe un lugar secundario. De ahí que en sus últimos pronunciamientos político-sindicales sobre la necesidad de "sumar fuerzas para ganar la soberanía" mediante la "confrontación" con el Estado recalque tres ideas o condiciones básicas, aunque quizá no en este orden: En primer lugar, que en ese polo no puede estar el "nacionalismo institucional" acomodado -léase, el PNV-, consideración en la que coincide con la izquierda abertzale y ETA; en segundo lugar, que no puede articularse bajo la tutela de la "lucha armada", en lo que discrepa con las anteriores. Y finalmente, que ese empeño debe tener un intenso componente "social", además de político, punto donde sintoniza con LAB.
Sumando y restando las condiciones puestas, lo que se deduce de lo enunciado es que ELA se está proponiendo implícitamente como la única vanguardia posible del pretendido polo soberanista. Apartado el PNV por tibio, inhabilitada Batasuna mientras ETA deshoja la margarita de su existencia, y fragmentado el resto del abertzalismo, no queda más que la engrasada organización que dirige Muñoz para desempeñar esa función dirigente. El problema de ELA, sin embargo, es cómo transferir la alta representación lograda en los centros de trabajo a su falta de legitimación en las otras elecciones. Las que cuentan.
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