Qué asco
En la edición de ayer de este periódico, en la versión digital como en la impresa, se publicó una fotografía tan obscena que tuve que mirarla. ¡Este diario, nuestro diario, que penetra en cientos de miles de hogares respetables! Más la contemplaba y más repugnancia sentía. Como periodista, tuve que hacerme la pregunta que los deontólogos de la profesión y nuestra Defensora del Lector plantean en casos como éstos: "¿Cuándo una imagen está justificada, y cuándo traspasa las rayas del amarillismo, el morbo o el sensacionalismo?" ¿Qué debe prevalecer, la realidad o el buen gusto? Me puse, sudando, en el lugar del redactor-jefe de sección, del de fotografía, me puse en los zapatos de todos los mandos, mientras -descalza, porque me ayuda a pensar- deliberaba. "¿La habrías publicado, no la habrías publicado?". Deshojaba la tremenda margarita cuando una idea todavía más pavorosa sacudió esta venerable mente en declive. ¿Contribuimos, con la repetición de semejantes posturas gráficas, a la insensibilización del lector (me resisto a llamarlo público)? Esta última consecuencia, de producirse, me parecería la más grave.
La imagen, verdaderamente repulsiva -y cuyo responsable es el gran fotógrafo Carles Francesc-, muestra al señor Camps pontificando en el comité ejecutivo del PP valenciano, como un personaje de El Bosco, pero trajeado; a Ripoll, Barberá y Rambla riéndole las gracias, fascinados por el infierno; a Costa, en un rincón de la imagen, maquinando... Y, ay la hostia, apenas me atrevo a decirlo: a Trillo, medio asomado, en actitud de firmes.
Perdonen la descripción redundante, pues en este caso una imagen sintetiza con maestría los millones de palabras vertidos. Tenía que reflexionar para ustedes.
Me he decidido, había que publicarla. A cambio de que ustedes se fijen tanto en ella como en las de las putas del Mercat de la Boquería, que en paz descansen.
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