Fiesta en el PP
La fiesta en el PP no se ha acabado y Mariano Rajoy se ha impuesto con demasiados problemas para que acabe bien. La dirección del partido ha impuesto en Valencia su opción de quemar el fusible de Ricardo Costa, pero no contaba con la resistencia del secretario general del PP valenciano a inmolarse a cuenta de sus jefes. En un sistema de partidos en el que la obediencia es un valor principal, a veces lamentablemente el mayor, la ejecutiva valenciana pretendía "que no habláramos y aplaudiéramos" antes de que Camps explicara sin rubor a los periodistas que estaban "unidos, contentos y felices". Pero los comunicados contradictorios cruzados desde Madrid y Valencia acabaron cuando la sede central lanzó la artillería pesada y Francisco Camps dejó caer a Costa y quizá a sí mismo. Resulta difícil creer que la alianza entre Costa y Fabra para resistir vaya a ser inofensiva para Camps.
El problema de Alicia Sánchez Camacho es que lo que llama "coherencia y lealtad" puede confundirse con obediencia ciega
En plena fiesta valenciana, el punto final lo había anunciado Alicia Sánchez Camacho en TVE. Cuando los comunicados se contradecían y el silencio mediático de la dirección del partido era total, la presidenta del PP catalán aseguraba que Costa estaba cesado y que ésa "sería la información" después de que el PP de Valencia hubiera cumplido el "trámite".
El PP catalán conoce muy bien lo del trámite. Tiene bastante que ver con sus resultados electorales.
La propia Sánchez Camacho es una imposición de la dirección madrileña en el XII Congreso en el que venció tras caer en paracaídas monitorizada por la dirección de Génova. La presidenta se impuso cuando el pacto de Alberto Fernández Díaz y Montserrat Nebrera contra Daniel Sirera inquietó a Rajoy. Sánchez Camacho (57%) ganó con el apoyo de Génova y vivas a la Guardia Civil a Nebrera (43%), que defendía un programa económico liberal, ultracatólico y de rechazo a la sucursalización. Las maneras de la dirección no ahorraron sonados abucheos del respetable público a Ana Mato, De Cospedal y Arenas.
Con Sánchez Camacho, después de la caída de Sirera y Acebes, el PP en Cataluña volvía a su línea más tradicional. Siempre había sido percibido como un intruso el Josep Piqué que acudió a la cumbre estatutaria de Miravet, que aceptaba hablar de nación catalana y criticaba abiertamente a Mayor Oreja cuando equiparaba el Estatuto con ETA y reconocía el déficit fiscal, aunque hacía una dura oposición contra Maragall, a quien presentó una moción de censura tras el episodio del 3%.
La autonomía de Piqué se acabó cuando Aznar vio España al borde del abismo y Rajoy decretó la inconstitucionalidad del Estatuto. Diligente, Federico Trillo se puso a trabajar en el recurso que todavía hoy ocupa al Tribunal Constitucional.
Sánchez Camacho asegura que no se considera nadie para poner en duda un tribunal en el que gran parte de sus miembros superan el mandato y defiende la inconstitucionalidad del Estatuto. El problema es que lo que llama "coherencia y lealtad" puede confundirse con obediencia ciega. La presidenta del PP es una mujer con carácter. Se define como "muy ejecutiva, muy rápida, muy contundente", pero tiene que demostrar todavía si también tiene personalidad y proyecto propio. Dentro del partido ha sabido aprovechar los excesos verbales de Nebrera y ha sido magnánima con su predecesor, demasiado sincero en sus SMS. Ha reestablecido el orden natural en el Partido Popular catalán y disfruta de magníficas relaciones con la dirección, pero permite albergar dudas sobre su capacidad de defender una política propia para Cataluña. Mientras sus compañeros vascos se ausentan del hemiciclo cuando se trata de votar contra sus intereses políticos, Camacho sigue a pies juntillas los dictados de Génova.
Es antigua la diferencia entre la auctoritas y la potestas, la legitimidad moral de hacer valer una voluntad y la capacidad legal para imponerla. Rajoy ha demostrado autoridad en la crisis abierta en Valencia, pero está por ver su legitimidad, cuando ha dejado pudrir y acercarse demasiado los problemas.
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