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Columna
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La paradoja de Esquerra

Josep Ramoneda

La política de partido tiene a menudo razones orgánicas (tacticismo, se le llama) que poco tienen que ver con la ideología y con la estrategia. Sólo así se entiende la paradoja que está escribiendo Esquerra Republicana estos días: el máximo dirigente del partido, Joan Puigcercós, ha decidido prescindir del capital político que representa Josep Lluís Carod Rovira precisamente en el momento en que la salida de Carretero y los suyos del partido, y la fundación de Reagrupament, parecía conducir a Esquerra a asumir definitivamente la línea política con que Carod la refundó. Si absurdo parece prescindir de quien dio a Esquerra el relato ideológico que le permitió volver a ser un partido de gobierno, más insensato sería que esto ocurriera en el momento en que el ideario de Carod de un partido independentista laico anclado ideológicamente a la izquierda es la mejor manera de que marcar claramente las diferencias con los escindidos. Sin embargo, no sería la primera vez en política que un dirigente de partido asume la línea política de su predecesor, después de haberlo desplazado sin miramiento alguno.

No sería la primera vez que un dirigente asume la línea política de su predecesor, tras haberlo desplazado sin miramiento alguno

Detrás del aparente radicalismo independentista de Reagrupament, hay una opción ideológica claramente conservadora (los guiños a Laporta son significativos) y las limitaciones de una oferta monotemática, como si sólo de la independencia vivieran los catalanes. Sabido es que las prisas para llegar a una meta no son siempre la mejor manera de alcanzarla, es más, a menudo, son una forma de retrasar la conquista. La política es relación de fuerzas. Sólo una acumulación de fuerzas suficiente garantiza el éxito. ¿Dónde se ubica un partido que se mueve en una concepción cuasi religiosa del nacionalismo -con apelaciones a la fe y al heroísmo- y en una idea de la sociedad en la línea del autoritarismo liberal tan en boga últimamente? La afirmación de que la presidencia del Barça es más importante que la presidencia de la Generalitat de Catalunya es una falta de respeto a las instituciones y a los ciudadanos del país -no se olvide que la Generalitat de Cataluña es el único vínculo de la transición, vía Tarradellas, con la legalidad republicana- y una jerarquización de los valores sociales que resulta francamente sintomática.

Es cierto que Esquerra Republicana con la escisión de Reagrupament pierde el monopolio del independentismo. Pero esto era inevitable en la medida en que el independentismo ha dejado de ser una opción marginal para adquirir una dimensión transversal. Ni los independentistas son ya un reducto acotado en la sociedad, ni Esquerra es ya sólo el partido de la cuota de independentistas convictos y confesos. Esquerra, por tanto, no debe vivir el final de este monopolio como una pérdida sino como un éxito. Y en este sentido debe sentirse más libre de ser ella misma, en tanto que la suerte del independentismo ya no depende de ella sola.

Carod Rovira con su idea laica del independentismo, "soy independentista, no nacionalista", hizo que la independencia fuera atractiva para muchas personas que sienten una barrera cada vez que los nacionalistas trazan líneas de demarcación entre buenos y malos patriotas. Un independentismo de la tarjeta de la seguridad social, es decir, con el voto de todos los habitantes de Cataluña sin distinción alguna, rompe las inercias endogámicas del nacionalismo y demuestra voluntad de asumir e interpretar la complejidad de las heterogéneas sociedades contemporáneas. Esquerra se equivocaría si abandonara este capital, por miedo a una alianza entre CiU y Reagrupament.

El soberanismo de CIU está siempre limitado por su concepto de partido-movimiento -la casa Gran- que de tanto abarcar le condena a la ambigüedad. Y la gestión de la ambigüedad, que bordó Pujol, no está al alcance de cualquiera. Los ritmos lentos de CiU y los ritmos aparentemente acelerados de Reagrupament ¿pueden encontrarse en algún punto o están condenados a vararse en la autocomplacencia de que una vez todos los de casa juntos lo demás se dará por añadidura? Carod Rovira escogió un camino más complejo: no basta con gritar somos los auténticos; hay, además, que ser mayoría. Carod escogió el camino de los que piensan que la independencia o es de la inmensa mayoría de los catalanes o es inviable democráticamente y carece de sentido. Y, por tanto, se hará también con los socialistas -o con los ciudadanos que estos pueden representar- o no se hará. En el marco de Europa me parece un camino más susceptible de ser comprendido que los tambores de guerra patriótica con que Reagrupament parece querer llenar de ruido el espacio político.

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