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Columna
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La pensión del banquero

Si alguna vez la expresión "rasgarse las vestiduras" ha alcanzado sentido ha sido con el general conocimiento de que José Ignacio Goirigolzarri se va a retirar a la juvenil edad de 55 años, obteniendo del BBVA una pensión anual de tres millones de euros. Todo son denuncias, censuras e invectivas. Goirigolzarri, metafóricamente hablando, ha ardido en una pira de dimensiones planetarias. Pero su retiro, con ser notable, no es extraño en el sector financiero; menos en el BBVA, donde, en diferentes niveles, si uno trabaja más allá de los 55 años es porque no ha sabido montárselo tan bien como sus compis de oficina.

Como a uno le pagan por decir lo que piensa (aún a riesgo de que dejen de hacerlo un día por lo mismo) no hay más remedio que levantar la mano, en medio de la general indignación, y defender vigorosamente la pensión del empleado Goirigolzarri, que a lo mejor está cobrando ahora mismo la primera mensualidad de su inenarrable bolsa y asiste con soberana indiferencia a todo lo que digamos al respecto. Por de pronto, hay algo que conviene subrayar: la pensión del banquero no la pagan los contribuyentes. La paga el accionariado del BBVA. La ministra Salgado lo recordó la pasada semana y, por una vez, la ministra recordaba algo en condiciones. Responsables de todo esto son los accionistas, los muy bien informados o los absolutamente desinformados accionistas. Quizá les han merecido la pena los prodigiosos servicios de su empleado o quizá les han engañado vilmente en la última asamblea. Ellos sabrán.

Los políticos no tienen nada que decir sobre una entidad privada mientras cumpla la ley. Si la propiedad del BBVA regala al empleado Goirigolzarri treinta años de pensión multimillonaria es su problema. Se podrá aducir que el pequeño accionista no tiene vela en este entierro, pero eso sí que puede resolverse en cuestión de segundos: vendan sus acciones ya. Si las mantienen será porque compensa, y a lo mejor compensa, entre otras cosas, por las gestiones del banquero. Conviene no lamentarse de lo que ocurre con tu dinero en una entidad privada: la entrega es voluntaria y la culpa sólo tuya. El fatalismo sólo tiene sentido en las acciones obligatorias y coactivas, es decir, las públicas.

Los problemas del capitalismo, que son muchos, no se encuentran donde imaginan sus rabiosos adversarios. Uno evidente, y poco mencionado, es el escaso control que ejerce el accionariado sobre los empleados de postín. Prosperan ejecutivos que tutelan el interés de los propietarios, pero sólo después de amarrar muy bien el suyo. Y eso también es culpa del accionista. Mucha gente humilde invierte en Bolsa sus escasos ahorros, mientras por la otra puerta salen ejecutivos jubilados a destiempo. Yo no me lo explico pero, ¿qué decir? Hay gente que financia una ONG y gente que financia pensiones de banqueros. Sarna con gusto no pica.

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