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Columna
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Reagrupament, un eco de viejas batallas

Enric Company

La configuración del Reagrupament liderado por Joan Carretero como apuesta electoral de los independentistas contrarios al tripartito de la izquierda es una amenaza directa para Esquerra Republicana (ERC). Cabe recordar, sin embargo, que no es la primera vez que el partido republicano hace frente a una situación de este tipo en la historia reciente. La anterior escisión que sufrió fue la del Partit per la Independència (PI) de Àngel Colom y Pilar Rahola, en 1996, y lo cierto es que la superó sin demasiados problemas.

Como ahora Carretero, también Colom, que fue quien promovió el abandono del federalismo por Esquerra, era en su momento inequívocamente favorable a alinearse con CiU antes que con la izquierda. Ambos lo son de la misma forma que, años antes, en 1980, lo había sido igualmente otro secretario general de ERC, Heribert Barrera, que no por azar, y pese a su provecta edad, estaba el pasado fin de semana en la constitución de Reagrupament como nueva apuesta electoral para las elecciones autonómicas del año próximo.

Esquerra ha perdido el brazo con el que peleaba para penetrar en el espacio político del nacionalismo de CiU

Este Reagrupament independentista recuerda mucho al PI. También recuerda un poco al Reagrupament Socialista de Josep Pallach, precisamente porque éste era también partidario de aliarse antes con Convergència que con los partidos de la izquierda. Como, por cierto, hizo con mediocre resultado en las elecciones legislativas de 1977, las primeras celebradas tras la dictadura.

El nuevo Reagrupament tiene, como puede verse, unos antecedentes y unos parentescos bastante claros. Es un eco de viejas batallas. En su asamblea del sábado se produjo el mismo clima emotivo y sentimental al que Colom apelaba cuando rompió Esquerra porque el partido se le iba hacia la izquierda. Y la misma aversión a la izquierda, concretada ahora en el rechazo de la alianza tripartita que gobierna actualmente la Generalitat.

La exaltación patriótica que Colom predicaba no estaba reñida con el bien vivir y como flamante líder del PI tuvo muy pronto un imponente despacho en el paseo de Gràcia. Era inmenso, más grande que el que había tenido Jordi Pujol en la misma calle cuando, en la década de 1970, combinaba su actividad política con la bancaria. En 1996 era pertinente preguntarle a Colom quién pagaba aquello y él siempre respondía que todavía quedaban patriotas dispuestos a ayudar a la gran causa de Cataluña.

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Cuando, pasados los años y fracasado electoralmente el PI, Colom recaló en las filas de Convergència nadie se sorprendió. Era lo previsible. Ahora, la evasiva que Colom daba en 1996 sobre la financiación inicial de su PI ha terminado por dar paso a una clarificadora respuesta sobre la liquidación de las deudas terminales de aquella aventura. El estallido del affaire Millet, ha hecho aflorar, súbita e imprevistamente, un entramado de tuberías subterráneas que lo mismo conectaban con el PI que con la fundación satélite de Convergència Democràtica, el partido de Jordi Pujol. Tubos por los que circulaba dinero. Tubos que conectaban lo que a fin de cuentas era el universo pujolista.

Podría pensarse que el surgimiento de una nueva opción electoral en el campo del nacionalismo es también una amenaza para CiU, en la medida en que en los últimos años los convergentes se proclaman independentistas. Pero es lo contrario. Para Artur Mas se trata de un alivio. CiU es una formación dramáticamente faltada de socios, obligada siempre a arrimarse a un PP al que detesta tanto como necesita en ausencia de otros eventuales aliados. Además, Carretero se convierte en un precioso escabel para CiU aunque sólo sea por el desgaste que supone para ERC.

Con Carretero y sus seguidores, Esquerra perdió a su ala derecha, la que en el diseño ideal de Josep Lluís Carod y Joan Puigcercós tenía el atractivo requerido para penetrar en los ámbitos sociales y políticos situados a medio camino entre el independentismo y el nacionalismo.

Lo que ha sucedido es otra cosa. En la disputa por este espacio político, Esquerra ha perdido el brazo con el que peleaba. Ahora queda por ver si la consiguiente clarificación de su perfil político como fuerza de izquierda se convierte en una pérdida o una ganancia electoral.

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