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Por la libertad de prensa en Italia

Mañana, 3 de octubre, hay convocada en Roma una manifestación para denunciar el clima de persecución que sufren los periodistas y los medios de comunicación críticos con el Gobierno de Berlusconi

Roberto Saviano

Hoy, en Italia, cualquiera que decida expresar una crítica al Gobierno y al primer ministro, sabe que deberá esperar no una opinión opuesta, sino una campaña que buscará el descrédito total del que la exprese. Sabe que el precio para seguir desempeñando una función que consiste en hacer preguntas y expresar opiniones, le será exigido en su propia piel. E incluso quienes hayan firmado un llamamiento a favor de la libertad de información, deberán tener en cuenta que ese simple gesto podría tener repercusiones que exceden a sus propósitos. Quienquiera que adopte una posición crítica sabe que tendrá que esperar represalias. Por eso hoy, en Italia, libertad de prensa significa sobre todo libertad de que no te destruyan la vida. Libertad de no ser el objeto de miradas ambiguas, de no ver truncada de un día para otro la propia trayectoria profesional por un simple acto de palabra.

En la Europa democrática la prensa nunca tuvo que manifestarse a favor de la libertad de expresión
Un reportero no puede ser expuesto al chantaje de ver arrastrada por el fango su vida privada
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76 periodistas muertos este año, un 26% más que en 2008

A los ojos de la prensa internacional, a los ojos de sus lectores, Italia se muestra cada vez más como un país en el que la lucha política parece reducirse al conflicto en el ámbito privado; hasta el punto de que las más altas jerarquías de la Iglesia, incluso el Papa, se han visto obligadas recientemente a cerrar filas en torno al director de Avvenire, diario próximo al Vaticano, al ser víctima, por sus opiniones críticas, de un ataque que implicaba su presunta homosexualidad. Un país en el que, a pesar de verse profundamente afectado por ella, no se habla nunca ni de crisis económica ni de las organizaciones criminales que producen el doble del Producto Interior Bruto del Estado.

Hoy en Italia hay un diario que se encuentra bajo denuncia por haber formulado preguntas, y mañana, 3 de octubre, tendrá lugar en Roma una gran manifestación promovida por la Federación Nacional de la Prensa Italiana. Una extraña protesta para un Estado democrático. En Europa nunca había sucedido que la prensa tuviera que manifestarse a favor de la propia libertad. Una república anómala en el corazón de Europa occidental: así es como Italia, cada vez más, se muestra a los ojos de quienes la miran desde fuera.

Es evidente que la situación en Italia no puede ser comparada con la de muchos países en los que no existe una información libre. Entre nosotros, la libertad de prensa no vive la comprometida situación de China, Cuba, Birmania o Irán. Para nosotros, manifestarse o alzar la voz en defensa de la libertad de expresión quiere decir exigir que uno pueda hacer su trabajo sin ser atacado en el plano personal. Quiere decir denunciar un clima de amenaza que abarca 360 grados.

La responsabilidad requerida a las instituciones no es la misma que la que debe tener quien escribe y quien, en función de su oficio, formula preguntas. No se hacen preguntas en nombre de la propia superioridad moral. Se hacen preguntas en nombre de la propia profesión y de la posibilidad de interrogar a la democracia. Un periodista se representa a sí mismo, un ministro representa a la República. La democracia existe en el momento en el que son respetados los papeles de ambos. Para un periodista, hacer preguntas o formular opiniones no es otra cosa que ejercer su función y uno de sus derechos. Debe poder seguir trabajando serenamente, en el marco de un equilibrio de fuerzas que permita también a la otra parte reaccionar con medidas no menos lícitas. Pero un ciudadano que desempeña su trabajo no puede ser expuesto al chantaje de ver arrastrada por el fango su vida privada. Y una persona que hace preguntas no a un ciudadano privado, sino al jefe del Gobierno, no puede ser silenciada e incriminada por haber formulado simples y legítimos interrogantes.

Y lo que hoy hay que preguntarse es: ¿De verdad los electores de centroderecha pueden querer esto? ¿Pueden considerar justo no sólo el rechazo a responder a las preguntas, sino la incriminación de esas mismas preguntas? ¿Pueden sentirse cómodos cuando día tras día los ataques contra los adversarios políticos siguen el modelo del fisgoneo en el ámbito privado? ¿Pueden no ver cómo la lucha entre una información, a menudo sólo blandamente crítica, y quien trata de amordazarla, es desigual e incorrecta también en el plano de las relaciones del poder formal? ¿Pueden no sentir espanto ante el escenario en el que, a riesgo de acabar todos en el fango, todos deslegitimados, un país ya agravado por mil problemas, encallado en los bajos de la crisis económica, pueda arrastrarse más y más por la podredumbre, hasta la parálisis o hasta la disgregación? ¿De verdad quien haya votado por el centroderecha, creyéndolo legítimamente más próximo a sus intereses o a sus convicciones, puede mirar con indiferencia o aprobación esta avalancha que se abate sobre los mecanismos mismos que hacen que una democracia funcione? ¿No siente que algo se está perdiendo? El país se está volviendo malvado. Conozco una tradición de conservadores que nunca hubieran aceptado una deriva semejante de las reglas. En estos años difíciles para mi, muchos electores de centroderecha, muchos electores conservadores, me han escrito y ofrecido solidaridad. He visto en mi tierra la alianza de militantes de derecha y de izquierda, unidos por el valor de querer combatir a cara descubierta el poder de los clanes. Bajo la bandera de la legalidad y del derecho, sentida profundamente como un valor compartido e inalienable. Es al tener en mente los rostros de estas personas y de tantas otras que me han testimoniado reconocerse en un Estado fundado en ciertos principios fundamentales, cuando de nuevo os pregunto: ¿de verdad vosotros, electores del centroderecha italiano, queréis todo esto? Se equivoca quien os pida cambiar de ideas y de orientación política. Se trata, antes bien, de cambiar la actitud respecto a los modos y los métodos de quien os representa.

No es una cuestión de moral. No es sobre la elección de su tipo de vida de lo que tenga que responder un político a su país. Pero cuando se tienen responsabilidades institucionales, uno se convierte en objeto de chantaje, y es en ese plano, en el plano de las garantías por las acciones que se cumplan en el único interés del Estado, en el que quien ostenta un cargo público está llamado a rendir cuentas de su vida privada.

El chantaje al que un político está sometido es siempre peligroso, ya que el país tendría necesidad de algo distinto, de atención sobre otros problemas urgentes, de otras intervenciones. Además, hay otros aspectos que desde hace tiempo convierten a Italia en anómala y más frágil que otras naciones democráticas occidentales. En 2003, John Kerry, entonces candidato a la Casa Blanca, presentó en el Congreso un documento con el título de The New War, donde se indicaba a las tres mafias italianas como tres de los cinco elementos que condicionan el libre mercado mundial, cuantificando en 110 millardos de dólares al año la montaña de dinero que reciclan las mafias en Europa. Italia es el segundo país del mundo en hombres bajo protección, después de Colombia. Y en Europa ostenta un récord absoluto: en los últimos tres años ha habido unos 200 periodistas intimidados y amenazados por sus artículos, muchos de los cuales han acabado bajo protección. La escolta concedida a quien trabaja en el terreno de la información se da precisamente en nombre del principio de la libertada de expresión y de la libertad de prensa. Comparto el destino de estas personas en gran parte desconocidas o ignoradas por la opinión pública, viviendo la condición de quien se encuentra físicamente amenazado por aquello que ha escrito. Y comparto con ellos la experiencia de quien sabe lo peligrosos que son los mecanismos de la difamación y del chantaje.

El jefe del cártel de Cali, el narco Rodríguez Orejuela, decía: "Eres aliado de una persona sólo cuando la chantajeas". Un poder al tiempo chantajeable y chantajista, un poder que se sirve de la intimidación no puede representar a una democracia fundada en el Estado de derecho. De nuevo, no se trata de un juicio moral o moralista, sino de una valoración funcional. No es posible someterse a ciertos mecanismos o ejercerlos sin que todo el país se vea dañado por ello.

Italia ha sabido superar pruebas enormes. Nápoles, mi ciudad, fue la más bombardeada del Mediterráneo. De la miseria y de la destrucción, de las laceraciones de una guerra interna, de la humillación de más de medio millón de soldados deportados como traidores por los propios ex aliados. De todo esto, Italia fue capaz de alzarse como nación libre y democrática. La Italia de la posguerra, la República italiana, fue capaz de ganar batallas civiles, de afrontar unida el surgimiento del terrorismo político interno, de crecer y convertirse en una potencia económica entre las primeras del mundo. Y si es cierto que Italia nunca se ha visto privada de zonas de sombra ni inmune a la corrupción, si es cierto que ello ha contribuido a hacerla más permeable al crecimiento de las mafias y a la acción de otras fuerzas subterráneas, también es cierto que en el choque de poderes y facciones siempre ha conservado ese mínimo respeto a las reglas que hasta ahora ha salvaguardado a todos sus ciudadanos. Quien, como yo, sabe cómo funciona un mundo basado en el ejercicio de un poder para el que todo es lícito, se da cuenta de que, derribados determinados diques, ya no hay garantía alguna de que la riada del arbitrio lo arrolle todo en poco tiempo. Pero creo, o mejor dicho deseo, que también esta vez conseguiremos superar nuestras divergencias y demostrar que somos capaces de dar lo mejor de nosotros cuando están en juego intereses comunes y principios compartidos.

Y creo, asimismo, que la manifestación por la libertad de prensa que tendrá lugar en Italia mañana no le atañe sólo a mi país. Creo que será una ocasión para sensibilizar a la opinión pública contra el peligro que, por la palabra escrita, también fuera de aquí se pueda tener que pagar con la reputación y la serenidad indispensables para hacer información. La manifestación no tendrá solamente un carácter nacional, ni un preciso color político. Por eso invito a que se adhieran a ella todos los periodistas que no se consideren de izquierda pero que creen que hoy la libertad de prensa significa saberse amparados del riesgo de la agresión personal, una condición que debería estar garantizada para todos.

Quisiera que el 3 de octubre recordásemos plenamente cuál es el valor de la libertad de prensa. Quisiera que todos aquellos que acudan a manifestarse lo hicieran también en nombre de quienes en Italia o en el mundo han pagado con su vida por lo que han escrito y hecho al servicio de una información libre. En nombre de Christian Poveda, asesinado recientemente en El Salvador por haber dirigido un reportaje sobre las maras, las ferocísimas bandas centroamericanas que hacen de bisagra del gran narcotráfico entre el sur y el norte del continente. En nombre de Anna Politovskaya y de Natalia Estemirova, asesinadas en Rusia por sus batallas sobre Chechenia. En nombre de Peppino Impastato, Giuseppe Fava y Giancarlo Siani, acallados por mafia y camorra, y difamados antes y después de su muerte.

Para que en cualquier país democrático no vuelva a suceder que expresarse sobre lo que ocurre pueda significar tener que pagar con el alma, con el cuerpo, con la sangre.

Esa es la libertad de prensa.

Roberto Saviano, escritor italiano, es autor de Gomorra. © 2009 by Roberto Saviano. Publicado con autorización de la agencia Roberto Santachiara. Traducción de Juan Ramón Azaola.

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