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Estados Unidos acude pesimista y prudente

Antonio Caño

Estados Unidos se sienta hoy por primera vez en la mesa de negociaciones con Irán con muy pocas esperanzas de encontrar un acuerdo y firmemente decidido a impulsar sanciones de castigo si el régimen islámico no abre su programa nuclear a la inspección internacional. Pero, al mismo tiempo, Washington se resiste a renunciar por completo a la vía del diálogo y tratará de ser muy cuidadoso para no romper el frágil consenso internacional recientemente logrado contra Teherán.

La Administración de George Bush ya envió a un representante, en calidad de oyente, a la última reunión entre Irán y las seis potencias internacionales. Ésta es la primera ocasión en que el emisario norteamericano -el secretario de Estado adjunto para Asuntos Políticos, William Burns- participa con plenas facultades.

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Al pedirle un pronóstico sobre este encuentro, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, admitió recientemente su pesimismo. Estados Unidos necesita respuestas claras que los negociadores iraníes no parecen dispuestos a dar. No sirven esta vez vagos compromisos que pudieran ser interpretados como una treta de Irán para ganar tiempo en sus ambiciones armamentísticas. El portavoz de la Casa Blanca, Robert Gibbs, confirmó ayer que ese país tiene que facilitar "acceso irrestricto" a sus instalaciones nucleares.

EE UU acude a esta cita más presionado y más autorizado que nunca para ser exigente. El reconocimiento de una segunda planta nuclear iraní obliga al Gobierno norteamericano a actuar enérgicamente y, al mismo tiempo, le da argumentos para que los otros cinco países que participan en las negociaciones (China, Rusia, Francia, Reino Unido y Alemania) respalden con más convicción su política. Esto exige a la Administración moverse con mucha delicadeza. Por un lado, Barack Obama necesita el control internacional sobre Irán, no sólo para tranquilizar a Israel y a los conservadores domésticos, sino para evitar el escenario catastrófico al que se llegaría si el régimen islámico desarrolla armas atómicas.

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Al mismo tiempo, la presión sobre Irán tiene que ejercerse de forma que China y Rusia, ambos con fuertes intereses estratégicos y económicos en ese país, no encuentren excusas para bajarse del tren de las sanciones.

Por todo ello, la voz de las autoridades norteamericanas suena hoy relativamente más prudente que la de sus aliados occidentales. Mientras fuentes de los servicios secretos británicos alertaron ayer de que el régimen iraní está actualmente investigando sobre armamento nuclear, el espionaje estadounidense insiste en que Teherán abandonó ese proyecto en 2003 y, probablemente, no lo ha reanudado. Israel y Alemania no comparten el criterio de Washington, y Francia sospecha también que Irán oculta más de lo que se sabe.

Aunque el Gobierno israelí pide abiertamente amenazar a Irán con acciones militares y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, advirtió la semana pasada en Pittsburgh que ninguna opción debe de ser descartada, Obama quiere insistir de forma convincente en la vía diplomática. El secretario de Defensa norteamericano, Robert Gates, es un detractor de la opción militar y ha sostenido en público que quedan, al menos, un par de años hasta que Irán represente una amenaza grave para Israel.

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