La enorme naturalidad de una artista de élite
Con la desaparición de Alicia se nos va uno de nuestros referentes artísticos más emblemáticos del siglo XX.
En este momento me pasan mil cosas por la cabeza. Pequeños flashes de colaboraciones conjuntas llenas de sentimientos en los que se mezcla la amistad, la admiración y el recuerdo de momentos imborrables que ya forman parte del acervo de la historia musical. Evoco conciertos en Barcelona, en Italia, en París. Pero no sólo el hecho artístico, sino el factor de haber estado al lado de una persona con la que al tiempo había una complicidad evidente en muchas situaciones y a la que me unía un gran afecto personal.
Alicia viene de la gran tradición de la escuela de Granados. Hizo una carrera internacional envidiable y llevó el nombre de nuestro país por todo el mundo. Su interpretación de la Suite Iberia de Albéniz es de referencia y queda como un documento histórico para todas las generaciones del futuro.
Se la recordará también por su colaboración con otros artistas. Pienso ahora en el Concierto para piano de Montsalvatge o en la Sonatina para Yvette, del mismo maestro. Era notable su solidaridad con nuestros compositores.
Bajo la batuta, al dirigirla, Alicia, como pasa con los muy grandes artistas, hacía que el trabajo fuera fácil. Te entendías enseguida con ella, una característica de los artistas de élite. Cada vez que colaborábamos había un entendimiento de gran naturalidad. Ella tenía ese don, era muy natural.
La echaremos en falta por muchas razones, tanto artísticas como personales.
Antoni Ros Marbá es director de orquesta y compositor
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