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Columna
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El consenso y los pactos

Josep Ramoneda

Hace tiempo que desde sectores tanto económicos como periodísticos y universitarios se pide al Gobierno que emprenda las reformas que la economía española necesita. Por lo general se habla de reformas en cuatro ámbitos: infraestructuras, educación, relaciones laborales y energía. A la hora de concretar las propuestas abundan las ambigüedades, quizás porque la derecha teme descubrir sus intenciones ante el electorado (por ejemplo, en el siempre delicado tema de la reforma laboral) y la izquierda hace tiempo que no tiene propuestas de reforma que proponer (¿alguien sabe de qué va el proyecto de economía sostenible del Gobierno?).

La experiencia de los 30 años de democracia demuestra que las reformas sólo pueden hacerse por mayoría absoluta o por consenso. El Gobierno no tiene mayoría suficiente, sólo cabe, por tanto, la hipótesis del consenso. A algunos empresarios a los que les cuesta reprimirse la incomodidad que les genera que no gobiernen los suyos, les han entrado las prisas y han pedido elecciones anticipadas antes de tiempo. Lamentable ejercicio de ansiedad, porque ni hay presión social que las demande ni ninguna garantía de que unas elecciones anticipadas se saldasen con una mayoría absoluta.

La estrategia de Rajoy está clara: dejar que la crisis derrita al Ejecutivo a fuego lento y esperar a que lleguen las elecciones

Había tantas dudas de que la Transición triunfara que se ha tendido a mitificar lo que ocurrió en aquellos años de ruido de sables, tensiones políticas, peleas encarnizadas de familia (UCD), y mucha incertidumbre. Uno de los mitos que se arrastran de entonces es el consenso. Cada vez que se tuercen las cosas se pide a los principales partidos que aparquen sus intereses particulares y busquen acuerdos de interés general. Ningún consenso se ha sustentado nunca en la virtud. Tampoco los de la Transición, que dieron lugar a los Pactos de la Moncloa. En aquellos tiempos el consenso funcionó por una simple razón de supervivencia. Los partidos sabían que se jugaban la vida y, antes de perecer en el intento democrático, pactaron.

La supervivencia mutua es siempre el motor de los consensos. En la coyuntura actual, el consenso es improbable porque las partes contratantes principales -el PSOE y el PP- piensan que les daría más costes que beneficios. Se podría pensar que un Gobierno en dificultades encontraría en el consenso una forma de neutralizar a la oposición y de garantizarse tranquilidad entre las turbulencias de la crisis. Pero, si esto fuera así, razón suficiente para que el PP no tenga el menor interés en pactar. La estrategia de Rajoy está clara desde hace tiempo: dejar que la crisis derrita el Gobierno a fuego lento y esperar que llegue la hora de las elecciones. De modo que cada cual va a su aire: el Gobierno acentuando su perfil de izquierdas, buscando la complicidad de su electorado tradicional, fiel al principio de que al que consigue el pleno de los suyos el voto del centro le acaba cayendo por añadidura. El PP sigue peleándose consigo mismo. Por un lado, Rajoy impone prudencia para evitar que una coalición negativa le derrote como en las últimas elecciones, aunque tenga que hacer concesiones a la ruidosa fanfarria que siempre acompaña a la derecha española. Por otro lado, incapaz de afrontar sus propios problemas internos, siempre susceptibles de estallar en el momento menos pensado, culpa al Gobierno de sus desdichas, y se columpia en las teorías conspirativas que tanto gustan a la claque. De modo que lejos de un pacto contra la crisis, la política sigue los vaivenes de la opinión publicada. Cuando ésta interpreta que el desgaste del Gobierno aumenta, el PP se tranquiliza. Y viceversa.

Precisamente porque el discurrir de la crisis parece favorecerle, Rajoy se permite ahora ofrecer un pacto al Gobierno: un pacto por Europa. Rajoy sabe que, durante los seis meses en que España tendrá la presidencia europea, estará obligado a bajar el perfil de oposición para no ser acusado de traición a la imagen y al prestigio de la patria. Y sabe también que Zapatero cuenta con estos seis meses para iniciar su recuperación, después de un trimestre, el que ahora empieza, del que todo indica que puede salir muy tocado. Rajoy opta por subirse al carro europeo, sabiendo que Zapatero no puede decir que no porque le conviene una presidencia europea tranquila con imagen interna y externa de unidad. Con lo cual este pacto sí que es posible que encuentre el consenso necesario. Los dos piensan que saldrían perjudicados si se quedaran fuera. Pero es un pacto para guardar las apariencias, con fecha de caducidad y sin que signifique ningún cambio de fondo. Las reformas de las que tanto se habla quedarán pendientes una vez más, por falta de consenso. Es decir, de convicción de las dos partes de que les beneficia hacerlas.

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