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57º Festival de Cine de San Sebastián
Columna
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Yo, jurado

No sé a ustedes, pero a mí no se me ocurre mejor plan que pasarme 10 días viendo películas en una ciudad como San Sebastián, sobre todo porque uno se ha venido aquí a formar parte de un jurado. No del jurado oficial, del grande, del de toda la vida, sino de un jurado quizás más resultón porque damos un premio a una película de un "nuevo director" (es decir, la primera o segunda obra de un realizador). Digo "sobre todo" porque mi experiencia en jurados de otros festivales me ha llevado a una conclusión: es más fácil juzgar una película que hacerla. La responsabilidad de dar un premio a una cinta que te ha gustado nada tiene que ver con la de comandar un equipo durante meses con la esperanza de que la película guste al público, a la crítica o a un jurado de un festival de cine.

No se me ocurre mejor plan que pasarme 10 días viendo películas en una ciudad como San Sebastián
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Mucha austeridad y pocos complejos

No es la primera vez que soy jurado en el Festival. Durante varios años formé parte de ese rebaño desmadrado que es el Jurado de la Juventud, un grupo de más de 200 adolescentes que inundan las sesiones de Zabaltegi y votan para dar el premio más púber del Zinemaldi. Recuerdo que nos trataban como a ganado, pero no se me ocurre otra manera de lidiar con un grupo tan numeroso en la locura que supone el certamen. La condición bovina del jurado juvenil poco remedio tiene en un evento donde todas las sesiones están abarrotadas y encima tienes que colocar a tantos chavales en una sala. Lo que no era de recibo eran las películas que premiábamos: siempre la peor. El sistema de elección es similar al de un premio del público, esto es, tarjetitas con votaciones, los votos y las notas se acumulan y la película con mejor puntuación gana. Pues bien, el Premio de la Juventud, por lo menos en los años en que yo formaba parte de su dispar y numeroso jurado, siempre iba a parar a la película que personalmente más detestaba. Curiosamente el jurado de Nuevos Directores siempre elegía mi película favorita. De ahí la ilusión que me hace formar parte del jurado que ya me molaba en mi adolescencia.

Ya sé qué pensarán: doscientos chavales una semana entera juntos, yendo al cine, echándose unas risas, tomando un café entre pase y pase y quizás una cerveza después de la última sesión... Pues no, ni por esas se pillaba en el Jurado de la Juventud, o por lo menos yo no vi o viví nada parecido. Podría resultar una iniciativa brillante como caldo de cultivo para la tan necesaria revolución sexual vasca: una muestra de la juventud local viviendo un Gran Hermano de películas sin parar durante el Festival... Pero nada, nada, se trataba de un grupo célibe, muy de aquí, sin ninguna oportunidad para la confraternización sentimental. Castidad y pésimo gusto cinematográfico caracterizaron mi experiencia como jurado joven.

Ahora vuelvo a mi lluviosa ciudad con ganas de ver cine y pasármelo bien. Estoy convencido de que veré películas estupendas porque la sección Nuevos Directores siempre ha servido de plataforma de excelentes cineastas. Quizás entre todos ellos destaca quien este año preside el jurado de la Sección Oficial, el francés Laurent Cantet. En Donosti ganó el Premio Nuevos Directores con su ópera prima, Recursos humanos, una excelente mezcla de cine social y drama familiar. Pero si admiro a Cantet es sobre todo por su siguiente película, El empleo del tiempo. Recuerdo que estaba pasando una época laboral rara en que no paraba de hacer tele y había dejado bastante de lado mis aspiraciones cinematográficas. Y es que no encontraba la oportunidad de volver a hacer un cortometraje por lo absorbente de mi trabajo en televisión. Mi primer corto, La primera vez, había funcionado muy bien y el paso lógico era hacer otro rápidamente... Pero pasaron cuatro años hasta que dirigí Éramos pocos. Estaba muy a gusto en la tele, que es un medio que me encanta, pero en realidad siempre había soñado con hacer cine, así que el fantasma de la frustración asomaba peligrosamente en mi horizonte. Y entonces vi El empleo del tiempo, una de esas películas que ves y dices: "Esto es lo que quiero hacer". Su visionado fue tan motivador que inmediatamente puse en marcha un nuevo corto. Aparentemente no hay ninguna similitud entre la peli de Cantet y mi corto, pero ambas tienen como núcleo la mentira, el engaño familiar.

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Ahora mismo voy bastante a tope de motivación, pero espero encontrarme alguna película que me haga salir de la sala con unas ganas irrefrenables de rodar. Ése es el efecto de una buena película en un director: le espolea para hacer más cine. Ves, por ejemplo, Malditos bastardos y no dejas de pensar en el prodigioso uso del ritmo en cada secuencia, en cómo todo se estira, se ceba, se alarga hasta que un estallido lo rompe todo. Y sales del cine pensando en cómo se hace eso y cómo te gustaría hacerlo a ti. No deja de ser un "culo veo, culo quiero" maravilloso.

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