La sonrisa de Trini
A Trinidad Jiménez le ríe la cara. No la imagino dirigiendo una funeraria o de ministra de Interior, a la gente como ella le cuesta transmitir dureza y gravedad. Cuando intentó conquistar la alcaldía de Madrid, José María Aznar temió que esa sonrisa camelara a la derecha. Tenía además un toque pijo muy medido que valía para Villaverde y el barrio de Salamanca. Hasta el rollito que se montó con la chupa de cuero triunfó en las riberas de Serrano, donde miran los pespuntes y huelen la piel. Por eso le pusieron enfrente a Gallardón que, aunque vestía de gris y no sabía reírse, venía de Sol con más de 100 kilómetros de Metro en la mochila. Para una chica educada y risueña fue duro hacer de mosca cojonera, así que dejó tirada a la oposición en la Casa de la Villa.
El virus de la gripe, ese pequeño gran canalla, ha sacado lo mejor de la ministra de Sanidad
En la comisión de exteriores del Congreso su cara volvió a brillar, pero no tanto como cuando la nombraron ministra de Sanidad. Quiso el destino que un cochino virus, y nunca mejor dicho porque viene del cerdo, pusiera a prueba la sonrisa de Trinidad Jiménez desatando una pandemia de trayectoria incierta. Miren por donde ese pequeño gran canalla ha sacado lo mejor de la ministra, que está dando un recital de prudencia y eficacia política poco común entre sus coetáneos. Doña Trini ha hecho algo tan sencillo e insólito en los tiempos que corren como escuchar a los que saben y afrontar el embate de esa enfermedad con los consejeros de Salud de todas las regiones sin distinguir colores. Ha hecho justamente lo que la inmensa mayoría de los españoles queremos que hagan los políticos: ponerse de acuerdo y sacarnos de apuros. Puede que el tsunami de la gripe haya marcado un poco más la ojera a Trinidad Jiménez, pero no ha impedido que la cara le ría y ha cosechado el aplauso de propios y extraños. Excepciones como la de Rita Barberá, que vociferando en un mitin la acusó de inventarse una epidemia para tapar los fracasos del Gobierno socialista, contrastan con el ejemplo de responsabilidad ofrecido esta vez por el consejero de Sanidad de Madrid. Juan José Güemes alabó el proceder de la ministra desoyendo las presiones de quienes, desde su partido, le pedían que diera caña. En lo personal, tengo la sensación de que a la OMS se le ha ido la mano tres pueblos con esta gripe, a pesar de lo cual la Comisión de Salud Pública que la señora Jiménez preside ha sabido mantener el alto nivel de alerta recomendado sin sembrar el pánico. Así que no es casualidad que en medio de la pandemia la ministra de Sanidad aparezca en las encuestas como uno de los pocos miembros que se salvan del Gobierno de Zapatero.
Quiero pensar que esa autoridad que está adquiriendo le sirva para afrontar otra asignatura complicada pero ineludible de aprobar. Trinidad Jiménez tiene el propósito de acometer de forma inminente una reforma de la ley antitabaco que prohíba fumar en todos los espacios públicos, restaurantes y lugares de ocio. Está claro que las ambigüedades de la ley actual impiden que esa norma rebaje los niveles de consumo y mucho menos que proteja a los fumadores pasivos.
La inmensa mayoría de los bares, cafeterías, locales de copas y discotecas son auténticos fumaderos donde no caben las quejas de quienes no quieren o no pueden respirar humo ajeno. El fumador reina en ellos sin apelación posible. Desde luego que la ministra Jiménez tendrá que enfrentar su gesto risueño con el ceño fruncido de quienes hace tres años se gastaron la pasta en reformas para separar a los no fumadores en sus locales. Es lógico su cabreo, pero el error fue la tibieza de la ley antitabaco de 2006, no la permisividad cero que ahora proyectan y por la que ya caminan la mayoría de los países desarrollados. No creo que esa vuelta de tuerca arruine a nadie, ni siquiera a las tabacaleras. Trinidad Jiménez tendrá que emplear lo mejor de sí misma para sacar el cambio adelante. El derecho universal de la salud es una gran causa para esgrimir su sonrisa.
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