Sangre por un 'suhsi' infernal
En una camilla giratoria, rodeada de bandejitas de sushi y cacharrería japonesa, con el tubo y la aguja inyectados en el brazo, me vino a la cabeza esa película surcoreana de Park Chang-wook llamada Thrist, en la que un cura se convierte en vampiro y, para no tener cargo de conciencia y no propagar el mal, se hace voluntario en un hospital y bebe cada noche la sangre de los pacientes desde sus tubitos. Supongo que en esa relación mental tuvo algo que ver el hecho de que Chus Gutiérrez y su equipo estuvieran rodando allí la película que quiere hacer con tres adolescentes esta Noche en Blanco; y también que Eduardo, el enfermero, tenía los ojos achinados. Busqué el final del tubo que succionaba mi sangre y descubrí una bolsa de plástico de medio litro. Se llenó en algo más de seis minutos, mucho menos de lo que tardé en contestar un formulario con preguntas imposibles ("¿Le han puesto un injerto de duramadre?") y en escuchar los consejos de doctor, que me preguntó si tenía relaciones fuera del matrimonio. Más de media hora para donar medio litro de sangre por un sushi infernal, que cambié por un bocata de jamón en cuanto vi la ocasión. Si la instalación (Bloodsushibank) que la artista Alicia Framis ha montado en Matadero hace que la gente done sangre, bienvenida sea. Pero el sushi no merece ni una gota.
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