Como la ficción misma
Una narración cinematográfica con recursos teatrales en un espacio escénico realista. Así es la primera versión de las dos que ofrece Àlex Rigola de Nixon-Frost, la primera pieza teatral del británico Peter Morgan (Frost-Nixon, 2006). Y desde luego, al montaje con el que el director del Lliure ha inaugurado la temporada no se le puede negar su naturaleza cinematográfica.
Una gran pantalla situada encima de la acción nos ofrece los créditos, filmaciones de la época, perspectivas de lo que pasa en escena y, sobre todo, los primeros planos de las famosas entrevistas televisivas con las que David Frost (Joan Carreras), a la sazón popular presentador de late night shows, consiguió lo que nadie hasta ese momento, 1974, había conseguido del hasta entonces presidente de Estados Unidos Richard Nixon (Lluís Marco): la confesión de su implicación en el caso Watergate.
NIXON-FROST
De Peter Morgan. Dirección: Àlex Rigola. Intérpretes: Chantal Aimée, Amanda Baqué, Joan Carreras, Oriol Guinart, Lluís Marco, Òscar Rabadán, Santi Ricart, Nina Uyà, Neus Ballbé. Escenografía: Max Glaenzel. Creación audiovisual: Álvaro Luna.
Teatre Lliure. Sala Fabià Puigserver. Barcelona, 17 de septiembre.
De entrada, el texto de Morgan, que empezó como guionista de telefilmes para escribir después largometrajes como The queen, ya es muy cinematográfico, tanto como el guión, también suyo, de la película homónima que dirigió Ron Howard en 2008: las mismas situaciones y los mismos diálogos, por lo que recuerdo, aunque el conjunto sea necesariamente más sucinto. Un texto que responde al esquema del guión clásico: planteamiento, desarrollo, clímax y resolución con un par de puntos de giro que cambian el curso de la acción para empujarla hacia el final, por otro lado feliz, pues Frost, a pesar de los muchos obstáculos a los que tuvo que hacer frente, se salió con la suya.
Con este material, Rigola ha montado, si no una réplica escénica del filme, sí una versión equivalente del mismo. Intriga incluida. Porque, a pesar de conocer el texto y la película y de haber seguido las grabaciones reales de las entrevistas en Youtube, mientras éstas discurren en escena uno no deja de preguntarse cuándo y cómo conseguirá Frost pillar a Nixon.
Además, gracias al magnífico dispositivo escenográfico, tan pronto estamos en un bar de copas como en un avión, en un hotel o en la villa del presidente frente al mar, de manera que los escenarios se suceden fluidamente, sin grandes cambios aparentes, y la continuidad de la trama se asegura a lo largo de las casi dos horas sin esfuerzo por parte del espectador.
En tan variados contextos los intérpretes se desenvuelven a sus anchas; con mayor contención que la que demuestran sus homólogos en la película -la comparación resulta inevitable-, pero igualmente cómodos y homogéneos. Carreras, que tiene un aire a Frost, es menos playboy que el que compone Michael Sheen, más serio. Marco es también menos incisivo que Frank Langella, más vulnerable. Los dos -en realidad, todos- están muy creíbles. Entran ganas de ver cómo se las apañan en la versión teatral (unplugged escènic).
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