_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Txalaparta' e 'irrintzi'

Tengo que confesar que los frecuentes sones de txalaparta utilizados por López, junto a otros elementos folclóricos del país, en su campaña electoral no me hicieron maldita la gracia. Debo reconocer que soy un clásico de la izquierda vieja y que el uso del folclorismo más sinsorgo no me gusta. Pero a la hora de evaluar la poca adhesión que tengo a la txalaparta también debiera confesar que para mi generación, embelesada con las aventuras de la despampanante Deborah Kerr en Las Minas del Rey Salomón, la magia del tam-tam africano contada con el misterio que sólo el cine puede aportar impidió -dijera lo que dijera Oteiza sobre la trascendencia estética de la txalaparta- la aceptación de cualquier otro primitivo instrumento de percusión. Quizás mi problema es que vi antes esa película que Ama Lur.

Sin embargo, reconozco con humildad que la adopción de los elementos folclóricos más ripiosos del nacionalismo vasco le permitió a nuestro actual lehendakari un avance electoral de flanco, un triunfo nunca conocido en toda la historia del socialismo vasco. Y así, mientras hoy Arenys de Munt y Benidorm son los problemas de una España agitada y atravesada por la política partidista, Euskadi es un oasis de coherencia racional y nadie se acuerda ya de la demagógica propuesta para decidir nuestro futuro y su promotor se va a un estado asociado (de Estados Unidos) a dar clases en español.

Adoptada con realismo la solución al problema vasco, descubierta que aquí la dinámica -la contradicción en ortodoxia marxista- no era la de derechas e izquierdas (salvo en el caso del mitin de Rodiezmo, digna muestra de yacimiento arqueológico sindicalista), sino principalmente entre democracia y totalitarismo, la cosa ha empezado a funcionar bien, aunque nuestros líderes se hayan tenido que disfrazar con ropajes de otros. Más exagerado fue Napoleón disfrazándose de emperador romano y no pasó nada. Cosas de la política.

Y si Patxi López ha utilizado sintonías txalaparteras, Antonio Basogoiti usa la vía Athletic al vasquismo, con irrintzi de su himno incluido, como forma de reclamar su presencia en esta sociedad, pidiendo en un año de vacas flaquísimas recursos gubernamentales para el nuevo San Mamés. De todos era sabida la devoción de la derecha por los santos, aunque en el caso de éste se trata de una entidad privada, lo que hace delicado el apoyo en estos tiempos que corren. Pero como resulta que le es mucho más fácil a Patxi darle a Antonio los recursos para San Mamés que la Diputación de Álava, veremos pronto el San Mamés Barria rutilante y hermoso, para que el Barça y el Madrid nos sigan haciendo sufrir en un paraje sin igual, orgullo de los bilbaínos. Y es que aquí, por fin, la política roza el nivel sainetero cuando nos olvidamos, afortunadamente, de secesiones o revoluciones. "Vizcaya es un bello jardín, las bilbainitas las rosas...", entonemos todos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_