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Columna
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Lenin, Perón, Chávez

Antonio Elorza

La revolución rusa de 1917 tuvo un efecto sobre la izquierda socialista que más tarde había de repetirse en Irán para el islamismo: el sueño se convirtió en realidad tangible. Pese a las dificultades experimentadas, ambos regímenes acabaron consolidándose y sirviendo de ejemplo y de aliciente a quienes compartían su modo de pensar. Para los comunistas de todos los países, la simple existencia de la patria del socialismo constituyó un factor decisivo de movilización y tal expectativa se multiplicó a partir de 1945, en una siembra de paraísos imaginarios, de la China de Mao a la Cuba de Fidel Castro.

Paralelamente, en un marco de libertades políticas, la socialdemocracia contribuyó a transformar las condiciones de vida de las capas populares, hasta crear la figura del affluent worker, del trabajador opulento, ampliando el campo de la ciudadanía política hasta la ciudadanía social. En los 70, despuntó la posibilidad de una vía democrática al socialismo, con el refuerzo eurocomunista, justo cuando el cambio económico, al tiempo que sumía en una crisis irreversible al socialismo real, socavaba los pilares de la socialdemocracia, desde entonces hasta hoy a la defensiva. Tras las grandes movilizaciones de 1968-69, la clase obrera desapareció como protagonista de la historia. La consigna de Mayo, Ce n'est qu'un debut, continuons le combat! se desvaneció para siempre.

Además el desplome del "socialismo real" reveló los horrores del sistema, observables desde Moscú a Pekín y a Phnom Penh. Pero la izquierda de procedencia comunista evitó reconocerlo. Eximente: la globalización sugería más que nunca la búsqueda de una alternativa, ahora ampliada por el tema crucial del calentamiento del planeta. Solo que la solución no consistía en repintar las ideas que sustentaron regímenes de dictadura y terror. Millones de víctimas del estalinismo son comparables a las del capitalismo, absuelven los turiferarios de Chávez. Y para el caso añaden la siniestra estupidez de que a más poder personal corresponde "mayor empoderamiento (sic) del pueblo". Cuando con todas sus insuficiencias, "el voto es el instrumento más eficaz y piadoso que han imaginado para su conducción los hombres" (José Martí dixit).

El desprecio de la democracia viene siendo un rasgo distintivo del neosocialismo. Desaparecido el referente concreto del bloque soviético, queda el recurso a los rechazos primarios. Hasta Obama, el antiamericanismo fue de gran utilidad (otra cosa es la crítica a las políticas made in USA), y la globalización, sin más matices, sirvió de chivo expiatorio. Curiosamente con un también constante olvido de la premisa fijada por Marx: el proyecto revolucionario ha de fundarse sobre un conocimiento científico de la realidad. De ahí la nula contribución de estos radicales al conocimiento de la dinámica económica que abocó a esta crisis. Dibujar blanco contra negro no es analizar.

Olvidada la exigencia de Marx, hay que aferrarse a los símbolos. Ejemplo: el culto del Che. O la defensa de un régimen como el castrismo, que lleva medio siglo empobreciendo y sojuzgando a la isla. Con proclamarse antiimperialista todo está resuelto. Las esperanzas se ponen en un "socialismo del siglo XXI" a la sombra del populismo autoritario de un demagogo. Partiendo de un peronismo falsamente bolivariano, reencontramos la fórmula de Castro dirigida a eliminar escalonadamente la libertad política y ensayar ocurrencias anticapitalistas cuya ineficacia cubrirán las exportaciones petroleras. Y como último refuerzo ideológico, un cóctel caótico de citas, legado del joven Fraga, ensalzando al Islam revolucionario y antiimperialista.

Opera una solidaridad selectiva. Al modo de Moratinos, paladín demócrata para Honduras y abrazado luego al tirano Obiang, con movilizarse por Palestina, contra Israel, más respaldar a Cuba y a Chávez, se cubre la cuota de progresismo. Nada de críticas a Rusia y China, tal vez por antiguos parentescos. Ante Tíbet y Xingiang, indiferencia generalizada, como ante las tragedias birmana e iraní. Quebrada la utopía, la identidad izquierdista deviene así curiosamente pragmática, trepadora incluso por lo que contemplo, al ceñir su propósito a consolidar la propia autolegitimación, eludiendo la compleja lucha contra las opresiones y por la democracia, cuya exigencia sigue viva. Lo recordaban en TVE-2 las reflexiones propalestinas de un veterano actor progresista sobre los "hermanos palestinos" y los "hermanos israelíes", o las estrofas de We shall overcome entonadas en farsí por Joan Baez para recordar que Irán, como Suu Kyi, nos concierne a todos. Ése es el áspero camino de la izquierda democrática, que aprendió en el siglo pasado a detestar la dictadura.

Entretanto Oliver Stone celebra exultante a Chávez. ¿Hubiera podido criticarle? Va de dictador en dictador.

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