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Columna
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El curso cursi

No sé si fuimos los periodistas o los políticos los que inventamos o inventaron la expresión "el curso político". Pudo haber sido cualquiera, bien es cierto, porque a nosotros, los periodistas, nos gusta economizar palabras para expresar los conceptos; lo hacemos sin trampa ni cartón, para que nos entre en el titular de la información. A los políticos les gusta ahorrar palabras por distintos motivos: unos, porque no tienen muchas más; otros porque así creen que se acercan al pueblo llano, al lenguaje popular (como si ellos tuvieran otro); otros porque así creen que les caben más conceptos (es decir, frases hechas) en sus discursos, y otros simplemente lo han oído decir y lo dicen de seguido, del mismo modo que todos, todos, cuando son presidentes de algo empiezan a superesdrujulizar las palabras, porque así creen que ponen más énfasis y son, por ello, más creíbles.

El campeón de este asunto tan esdrújulo es, sin duda, Rodríguez Zapatero, como el jotero lingüístico supremo es Bono, al que sólo se le acercó por instantes Cristina Almeida; el más nasal y hueco, Aznar (por cierto, ¿es político o agente de los EE UU?), y Arzalluz el más entrecortado; Pujol y Fraga rivalizaban en su dicción (dejo a Rajoy porque no se trata de asuntos logopédicos), aunque resultaban graciosos por ello. Así, hablando de los famosos, los más normales me han perecido varios ausentes: Felipe González, que hizo del deje una virtud; Santiago Carrillo, que hizo de la pausa una bendición (Dios se lo pague), y Herrero de Miñón, que no se cortó con su tonillo de primero de la clase.

¿Y a que viene todo esto? Pues a que empieza lo que ellos y nosotros llamamos el curso político y que en realidad es lo que se llama periodos de sesiones, es decir la actividad legislativa. Otro contrasentido, porque los mejores países democráticos son los que menos legislan. Las leyes están relacionadas con los problemas. La mayor actividad legislativa sólo explica la mayor cantidad de problemas, reales o inventados, porque ya se sabe que a todos nos gusta mandar, y mandar en democracia es legislar, vía Parlamento o vía decreto ley.

Querría yo, ingenuamente, que el curso no fuera cursi. Que Patxi López siguiera tranquilo, que rebajara su esdrujulización a la que se viene rindiendo, que Basagoiti y el PP sean leales y tranquilos, desde la otra acera política; que seamos holandeses (se me tiene que notar que vengo de Holanda, donde todo el mundo habla inglés y siguen siendo holandeses y donde, por cierto, no he pagado ni un solo euro de peaje, mientras que en una hora en la Autopista del Mediterráneo ya llevo tres). Supongo que es mucho pedir, aunque quiero pensar que los tics son curables, que hay palabras llanas, que la sensatez es la guía, que la reinterpretación de uno mismo es el camino más corto para convertirse en un guiñol. Que Churchill era gordo, calvo y fumador, los tres pecados capitales para un político de diseño. Para un político cursi. Para un curso cursi.

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