"El ballet es el arte de la juventud"
El coreógrafo ruso Yuri Grigorovich (Leningrado 1927) llega puntual a su cita en el Teatro Real de Madrid. Sigue siendo el mismo hombre vital de siempre, con buena memoria y respuesta rápida. El que fuera durante 30 años director del ballet del Teatro Bolshoi de Moscú ha regresado a sus antiguos dominios como coreógrafo de la casa. Tras 12 años de olvido, se reponen sus obras. Espartaco (1968), la pieza emblema que hizo triunfar antes y ahora a la compañía, se verá a partir del sábado en el Real.
Pregunta. Revisando sus 30 años al frente del Teatro Bolshoi, ¿cómo lo ve?
Respuesta. Mi carrera como director va unida a mi carrera de coreógrafo. Llegué en 1958 con mi coreografía de La flor de piedra (Prokofiev) y ya en 1965 era director. En 1995 me fui, por mi propia voluntad y porque no estaba de acuerdo con la dirección, se trataba de divergencias creativas. He regresado hace dos años como coreógrafo a ver cómo sobreviven mis obras en el repertorio del que habían desaparecido 12 años. Ser libre es muy bueno, y en esos 12 años lo fui.
He vuelto a la compañía para ver cómo sobreviven mis obras
P. ¿Ha participado en la selección de los elencos de las funciones en Madrid de Espartaco? ¿Cómo ve actualmente a los bailarines del Bolshoi? ¿Cuáles son las diferencias con los de generaciones anteriores?
R. Naturalmente que he participado en la selección: son jóvenes, ninguno ha cumplido los 25 años. Tengo fe en ellos, pues el arte del ballet es el arte de la juventud, los jóvenes son flexibles y moldeables como la cera.
P. Ha reconocido que en su Espartaco están las huellas de Jacobson y de Moisseiev, anteriores coreógrafos de la obra. ¿En qué se ven esas huellas?
R. He intentado alejarme de ellos. El de Moisseiev no lo vi (estuvo muy poco en cartel) y en el de Jacobson bailé. No digo que estuvieran ni mal ni bien. Jacobson hizo algo cercano a las vasijas griegas y a la pintura romana y suprimió las zapatillas de punta, pero yo veo el ballet en otra dirección.
P. Acerca del libreto de Volkov. ¿Qué modificaciones ha introducido?
R. Muchas. Lo hicimos juntos Kjachaturian y yo pues en el primero no había monólogos, disquisiciones íntimas de los personajes. Eso creó otro ritmo y la música fue retocada.
P. ¿Jugó algún papel el director Gennadi Rozdestvenski?
R. Sólo dirigió, pero era perfecto, era maravilloso para la danza.
P. ¿Cómo ve el futuro del ballet de gran formato?
R. No puedo adivinar. Han cambiado tanto los valores; en nuestro caso ha cambiado todo en las nuevas generaciones. No me arriesgo a especular.
P. Se dice que el estilo Grigorovich comprende en lo estético el estilo plástico de Simón Virzaladze. ¿Cómo nació esa colaboración?
R. Era un artista maravilloso para el teatro de ballet; también hizo óperas, cine. Era director artístico del Kirov y luego trabajó conmigo hasta su muerte. Los críticos decían que no hacía trajes sino que vestía al baile. Entendía el ballet desde la dramaturgia. Era un gran artista tremendamente modesto.
P. Resulta paradójico que hoy, al acabar una función del Bolshoi en cualquier lugar del mundo, sea usted quien sale a escena a recibir los aplausos, haciendo verdad aquella máxima de que "hace falta que todo cambie para que todo siga igual".
R. A mí también me parece raro. Aunque soy el menos culpable. Me invitan, y voy, y por ello estoy agradecido a la actual dirección.
P. ¿Recuerda la primera visita de Balanchine a Moscú?
R. Hablé con él, pues había problemas políticos, y me dijo "¿Sabes lo que me extraña? ¡bailamos y no sale nada en los periódicos!". La última vez que nos vimos fue en Moscú, éramos cuatro: tres georgianos y un ruso: Virsaladze, Balanchivadsze
[compositor hermano de Balanchine], George y yo.
P. ¿Escribirá sus memorias?
R. Cuando Jackie Kennedy dirigía Dubleday me dijo: "escriba ya sus memorias", y lo intenté. Me sugirió que me grabara a mí mismo, lo hice y cuando lo escuché pensé: ¡no soy yo!, era una voz ajena a mí. Escritor y coreógrafo son profesiones muy distintas.
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