Polémica celebración
Se cumplen 70 años de la II Guerra Mundial; pero Moscú aún no asume el daño causado a Polonia
El 70º aniversario del inicio de la mayor tragedia del siglo XX reunió ayer en la ciudad de Gdansk a dirigentes de 20 países cuya historia ha quedado marcada de forma indeleble por los horrores de la II Guerra Mundial. Aunque ayer, 1 de septiembre, se recordaba la ofensiva que la Alemania nazi desencadenó sobre Polonia, en la memoria permanece el recuerdo de un acontecimiento ocurrido días antes -el pacto germano-soviético- cuya ominosa sombra sigue pesando en las relaciones entre Varsovia y Moscú.
El acuerdo firmado por Ribentropp y Molotov en Moscú en agosto de 1939, bajo la mirada sonriente de Stalin, y que supuso el reparto de Polonia entre nazis y soviéticos, figuró ayer en las conversaciones entre el primer ministro ruso, Vladímir Putin, y su homólogo polaco, Donald Tusk. Es bien claro que las heridas de la guerra no han quedado todavía cerradas entre polacos y rusos, como sucedió entre los socios fundadores de la UE que se enfrentaron en bandos distintos en las dos últimas contiendas europeas.
Putin, en una carta abierta al pueblo polaco con motivo de su asistencia a los actos conmemorativos, abordó el tema de la seguridad internacional como una reivindicación explícita del papel de su país en el nuevo mapa. Moscú vuelve a recordar a los polacos, y al resto de los países de la OTAN y de la UE, que no aceptará ningún cordón sanitario, con escudo antimisiles incluido, en el perímetro de sus fronteras. Y que cualquier proceso de desarme pasará por la negociación con Moscú. Aunque el primer ministro ruso haya condenado el pacto germano soviético, lo ha hecho en un contexto desculpabilizador para Stalin. Se da así el caso de que los intereses respecto a la hegemonía regional en el presente se mezclan de forma inextricable con la incapacidad para reconocer las responsabilidades históricas en el pasado, que son claras y graves en el caso de Moscú respecto a Varsovia.
No es extraño que la actitud decidida de Putin, junto al nuevo realismo exterior desplegado por Obama, estén sembrando la inquietud en el centro y el este de Europa. Que hay motivos reales lo demuestran el creciente revisionismo histórico ruso o la gesticulación energética con los países díscolos. Con la memoria próxima de la tiranía soviética, estos países, que fueron sojuzgados en su día por Moscú, sólo confían en un paraguas militar proporcionado por Washington y muy poco o nada en el que pueda proporcionar la vacilante política exterior y de seguridad europea.
Putin lleva razón al reclamar un lugar destacado para Rusia en la organización de la seguridad europea, pero no en los términos en que lo propone. Moscú debe realizar un esfuerzo, que ni siquiera ha iniciado, para reconciliarse con sus vecinos como hicieron Francia y Alemania en el seno de la UE. Y esto es algo que difícilmente se podrá hacer en un sistema político tan deficiente y con un Estado de derecho próximo a la entelequia como los que tiene la Rusia actual.
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