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Columna
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Sujetando el hilo

"Se olvida que para llegar al cielo se necesitan, como ingredientes, una piedrita y la punta de un zapato". Julio Cortázar se está refiriendo aquí al "cielo", a la última casilla de la rayuela, ese juego cuyo escenario se pinta con tiza en el suelo y que aquí llamamos txingos. Pero su frase abarca mucho más sentido, en ese recordarnos que cualquier altura está al alcance del esfuerzo humano, o que no hay "cielo" que no se pueda conseguir, siempre y cuando, eso sí, uno ponga de su parte o uno se ponga manos a la obra. E interpreto que Cortázar quiere recordarnos también, con esta frase de Rayuela, que las más altas aspiraciones deben pensarse y activarse siempre con los pies en el suelo, en la realidad de gestos auténticos, concretos, cotidianos.

Como broche a las fiestas de Semana Grande, y como manifestación además de la candidatura de San Sebastián a la capitalidad cultural europea en 2016, el Ayuntamiento donostiarra organizó en la playa de la Zurriola un encuentro de cometas por la paz. Mucha gente se reunió allí para echarlas a volar y entiendo que para poner en el aire también, junto con esas alas, las de la ambición de una convivencia libre de crímenes y de intolerancias, basada en la consideración del otro y en el respeto de las reglas del juego democrático. He escrito "ambición", pero creo que es más apropiado decir "intención", palabra que va más lejos, que anuncia un compromiso activo y por ahí se encarrila, porque la paz no está en la cometa ni en el cielo por el que discurre, sino en las manos que, sujetando el hilo, orientan su vuelo. En las manos de cada cual.

Por eso pensé entonces y pienso ahora en Cortázar, en su cielo terrestre, conseguido a pasos ciertos, sostenidos. La paz no es una abstracción, sino el resultado de gestos democráticos constantes, particulares y colectivos, íntimos y sociales. Y en Euskadi esa gestualidad necesita ponerse al aire y al día. Se necesita imprimir voces donde ha habido silencios, por ejemplo, o presencias en las ausencias. Y romper inercias o resignaciones que han "naturalizado" lo antinatural. Se necesitan, en definitiva, cada vez más manos que cojan el hilo de la cometa del civismo y la hagan volar decidida, expresivamente, por todo lo alto.

Y lo que vale para la convivencia democrática vale igualmente para la cultura (motivo también del encuentro de la Zurriola) y hasta ella quiero llevar esta reflexión de hilo. Vivimos tiempos de confusionismos y de reduccionismos culturales. Demasiado a menudo en el discurso político-cultural los continentes aplastan a los contenidos, como si la cultura fuera cuestión de solares y no de cimientos. Con excesiva frecuencia la cultura se mal traduce al mero entretenimiento y se confunde con lo que a la gente se le da a ver, con la cometa llamativa. Pero la cultura no está ahí sino, de nuevo, en la mano que, sujetando el hilo, diseña y recoge su vuelo, crea y "lee" su vuelo en una comunicación transformadora.

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