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Columna
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Simplemente esenciales

Se han cumplido cien días de la llegada de Patxi López a Ajuria Enea y se han multiplicado los análisis y los comentarios a la acción del nuevo Gobierno, sobre todo, los del PNV. Quisiera detenerme hoy en unas declaraciones del líder de ese partido en Vizcaya, publicadas en este diario hace unos días. Afirmaba Andoni Ortuzar que antes del cambio las cosas se hacían en Euskadi "con un umbral democrático envidiable" y reprochaba al nuevo Ejecutivo estar "más dedicado a lo simbólico que a gobernar el país".

Es difícil entrar en el desglose de un término tan subjetivo como "envidiable". Ignoro quién o desde dónde nos han envidiado nuestro umbral democrático. Sólo sé lo que, durante años, he visto aquí: la expropiación continuada, "normalizada", del espacio público de todos por parte de los intolerantes; homenajes consentidos a terroristas; pintadas y carteles amenazadores o enaltecedores de la violencia, exhibiéndose a sus anchas; ambigüedades o esquinamientos varios a la hora de considerar a las víctimas del terrorismo (y su presencia, por ejemplo, en las aulas); confusionismo más o menos público, explícito (o subvencionado como en el caso de las ayudas a las familias de los presos) entre víctimas y verdugos. Me gustaría saber dónde resulta envidiable este panorama. No estaría mal que el PNV además de declararlo lo detallara. En cuanto a la segunda declaración, que reprocha al nuevo Gobierno el dedicarse a lo "simbólico", resulta cuando menos paradójica viniendo del dirigente de un partido que, sobre todo en los últimos años, ha conducido sus gobiernos por la senda, estrecha y unidireccional, de las abstracciones identitarias y de las "esencias"; un partido mucho más apegado a las simbologías de un pueblo vasco fijo que a las dinámicas de una sociedad vasca no sólo plural, sino en continua y necesaria transformación. Interminable es la lista de las referencias, apelaciones u objetivos etnocéntricos que han marcado los últimos gobiernos nacionalistas.

Pero, en mi opinión, el citado comentario del señor Ortuzar encierra, además de esa paradoja, una confusión entre los símbolos y los principios. Velar por el cumplimiento de la legalidad; definir con meridiana claridad, con inconfundible transparencia, los límites de lo inaceptable; defender a las víctimas; limpiar las paredes de nuestros espacios públicos de pintadas violentas; todas estas cuestiones, mejor dicho, todas estas acciones no pertenecen a la categoría de lo simbólico, sino de lo práctico, esto es, de lo palpablemente traducible a la convivencia de todos los días (traducible y traducido ya, porque sólo han transcurrido unos pocos meses y en Euskadi se percibe otro ambiente social, se respira otra atmósfera). No son gestos simbólicos, sino actos concretos; de pura concreción de la responsabilidad política, de pura aplicación de principios democráticos que no creo que haya que considerar envidiables, sino simplemente esenciales.

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