A Mozart lo mataron mal
A Mozart lo mataron mal: gripe, triquinosis, ensañamiento terapéutico -en la versión de la época, que eran las sangrías excesivas-, fiebres reumáticas o tifoideas, envenenamientos por mercurio o por Salieri, viruelas, neumonías, amigdalitis y periodontitis, por citar las hipótesis que tienen el nombre más corto. La última es que fue una faringitis. Lo acaban de publicar en los Anales de Medicina Interna unos médicos de la Universidad de Ámsterdam. Lo mismo tienen razón, y en caso contrario nadie va a quitársela.
Los diagnósticos retrospectivos son un hábito encantador de algunos forenses, historiadores y detectives aficionados,
y se están convirtiendo en un subgénero de la literatura médica. No siempre van dirigidos contra Mozart, pero sí muy a menudo, y el culpable es posiblemente el propio compositor. No sólo por haberse muerto a los 35 años, sino también por lo que hizo unos días antes. Estaba paseando con Constanze por el Prater, el gran parque público de Viena, cuando se sentó en un banco con mala cara y le dijo: "Me han envenenado". A las pocas semanas empezó a sufrir dolores y vomitar, se hinchó como un globo y se metió en la cama para no salir más.
El problema con la teoría de Mozart es el mismo que con la de los médicos holandeses, y con todas las demás. Que no hubo autopsia. Lo único que se sabe a ciencia cierta es que el gran Wolfgang expiró a las 0.55 de la madrugada del 5 de diciembre de 1791, habiendo cumplido 35 años, 10 meses y ocho días.
También se sabe que no fue enterrado de inmediato, puesto que la razón de que no se le practicara la autopsia fue el avanzado estado de descomposición del cadáver, precisamente. Y que fue enterrado al caer la noche por ocho florines con cincuenta, una ganga incluso después de sumar los tres florines de suplemento para el coche fúnebre.
El acta oficial atribuyó su muerte a unas hitziges Frieselfieber, o fiebres del mijo, que ya entonces podían significar cualquier cosa, y no digamos ahora. Quizá algún día el genoma de Mozart nos aclare sus propensiones a la faringitis, al tifus o a tragarse el veneno de los otros. Entretanto, siempre nos quedará
su Requiem.
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