Fernanda Pivano, la chica de la generación 'beat'
Amiga de Hemingway y Kerouac, llevó a Italia la literatura estadounidense
"Cuéntame, ¿qué te hicieron los nazis?". Fue la primera pregunta que Ernest Hemingway hizo cuando conoció en 1948 a la que se convertiría en su voz en Italia. Releída ahora la interrogación suena a respuesta sobre lo que representó la obra de la traductora y periodista italiana Fernanda Pivano, fallecida el pasado martes en Milán a los 92 años.
Cinco años antes de aquel primer encuentro con papá Hemingway, esta mujer menuda, con ojos vivaces en constante movimiento, había traducido en la Italia de la ocupación nazi Adiós a las armas. Un desafío a la censura fascista que pagó con el arresto. El mismo riesgo que asumió cuando tradujo la Antología de Spoon River, obra maestra de Edgar Lee Masters que su profesor, el escritor Cesare Pavese, de vuelta del exilio al que el fascismo le había obligado, le puso en las manos abriéndole el mundo de la literatura americana. "Me entregó el libro", solía contar, "lo abrí en un punto cualquiera y lo primero que leí fue la poesía de Francis Turner que terminaba así: 'Besándola con el alma en los labios, de repente mi alma emprendió vuelo". "Tenía 19 años", dijo en una entrevista, "¿cómo podía no enamorarme de aquello?".
Tradujo a los poetas malditos norteamericanos de los años cincuenta
Desde entonces fue el puente entre este mundo e Italia. Traducir es hacer pasar de un lugar a otro. Pivano, mucho antes de la primavera del 68, fue capaz de llevar a un país moralista y santurrón los cantos a la libertad de los poetas de la generación beat. Nacida en Génova en 1917, había recibido una rígida educación victoriana y descubrió el poder de las palabras de Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Gregory Corso, Lawrence Ferlinghetti. En 1956, tras recuperar su pasaporte, viajó por primera vez a Estados Unidos y desde el principio consiguió entrar, conectar con el espíritu de aquel movimiento. "Era muy bello, muy antifascista", decía recordando los años en los que se convirtió en amiga y confidente de los nuevos poetas malditos. Con todos, igual que con Henry Miller, William Burroughs, Charles Bukowski, construyó una amistad que la ayudó a transmitir en sus traducciones el matiz de cada palabra, a no traicionar la fuerza rompedora de los textos. De sus amigos americanos, como les llamaba, aprendió en los años de la guerra del Vietnam el pacifismo y la importancia del compromiso. Ellos le contaban sus tormentos y se quedaban en su casa de Milán cada vez que viajaban a Italia.
Pivano entendió aquella revolución, contribuyó a construirla, pero mantuvo la sabiduría de una chica victoriana bien educada. Amaba repetir durante sus entrevistas que nunca bebió, ni fumó, ni tomó drogas. Como si tuviese que quedar sobria para registrar la grandeza de aquellos hombres que en las drogas y en el alcohol se deshacían. Y siempre permaneció fiel a su marido, el arquitecto italiano de origen austriaco Ettore Sottsass, con el que estuvo casada 37 años hasta un divorcio que asumió con profundo dolor. En los últimos años, mientras recordaba cómo durante su larga amistad Hemingway -que muy a menudo la recibía en Finca Vigía- la había cortejado, admitía, con una sonrisa, haberse arrepentido.
En su último artículo publicado por el Corriere della Sera el pasado 18 de julio, día de su 92º cumpleaños, escribió: "Tengo mucha nostalgia de aquellos años. Pero me confortan quienes vienen a pedirme un autógrafo sobre los libros de Hemingway, de Jack Kerouac, de Gregory Corso, de Allen Ginsberg, de todos los autores que les han permitido soñar y que yo he contribuido a dar a conocer. A estos soñadores siempre les recuerdo que tienen mucho que agradecer a la locura de Gregory, a las oraciones de Allen y a todos mis amigos que se han ido".
Uno de los amigos que se fueron, quizá el mejor, fue el cantautor italiano Fabrizio de André, que puso música a su traducción de la famosa Antología de Lee Masters. Las notas de su Ave María acompañaron el viernes el funeral de su amiga. "Para todos Fernanda Pivano es una escritora. Para mí", decía De André, "es una chica de 20 años que empieza su profesión traduciendo el libro de un libertario cuando la sociedad italiana iba hacia otra dirección. Pasó entre 1937 y 1941, cuando esto significaba tener coraje".
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