La campaña afgana se impone a la guerra
- Los mítines electorales se multiplican en el país a pesar de los ataques talibanes - El candidato Abdulá Abdulá gana apoyos y amenaza con forzar una segunda vuelta
Nadie duda de la victoria de Hamid Karzai en las elecciones presidenciales de Afganistán, que se celebrarán el jueves. Pero no todos están ya tan seguros de que el ex ministro de Exteriores, Abdulá Abdulá, no logre forzar una segunda vuelta. Cada día que transcurre, el que fuera portavoz de Ahmed Shah Masud, el León del Panshir -el hombre a quien jamás derrotaron los soviéticos ni los talibanes-, gana fuerza y sus mítines reúnen a miles de personas, como el del jueves en Mazar-i-Sharif, a 300 kilómetros al norte de Kabul, una zona siempre contraria al poder talibán.
Habrá segunda vuelta en otoño si ninguno de los candidatos logra el 50% de los votos. Una encuesta hecha pública ayer por un instituto estadounidense otorga el 45% a Karzai y un 26% a Abdulá. Los otros dos principales candidatos -los ex ministros Ramazan Bashardost y Ashraf Ghani- cosecharían un 10% y un 6% de los consensos.
Abdulá es visto como tayiko, lo que le resta popularidad entre los pastunes
A nadie parece interesarle una segunda vuelta de unas elecciones que han costado 223 millones de dólares e incitado a los talibanes a multiplicar los atentados. Sin embargo, no existen sondeos fiables en un país en guerra, con un elevado número de analfabetos (ni siquiera hay estadísticas porque no existe censo) y donde el voto lo decide en muchos lugares el jefe de la comunidad.
"No creo que esto esté acabado. No escuchéis lo que os digan; ésta es una elección muy ajustada", aseguró Abdulá Abdulá a sus seguidores ante el monumento de Hazrat Alí, que conmemora al cuarto califa del islam, supuestamente enterrado allí.
Hijo de madre tayika y padre pastún, Abdulá podría haber representado una propuesta política capaz de superar las divisiones tribales tradicionales. No ha sido así; durante la campaña ha hecho un uso abusivo de la figura de Masud, asesinado días antes del 11-S, lo que ha exacerbado la percepción que ya tenían los pastunes, que le ven como un tayiko. Y los pastunes jamás votarán a alguien no pastún, la etnia mayoritaria en Afganistán. A Karzai, que lo es, le podría perjudicar el boicot de los talibanes, que son mayoritariamente pastunes. Éstos dominan en zonas pro Karzai (el mal menor para ellos) y pueden privarle de un importante número de votos.
Existe una norma no escrita de que la presidencia de Afganistán siempre la ostenta un pastún. Sólo hubo dos excepciones breves; la última, Burhanudin Rabani, tayiko que apoya a Abdulá y que el jueves pasado sufrió un atentado del que salió ileso.
Karzai ha tejido todo tipo de alianzas para asegurarse el voto de etnias, clanes y comunidades. Tiene a los uzbekos, los turcomanos y una parte de los tayikos que siguen al ministro de Defensa, Mohamed Fahim.
Una de las concesiones más polémicas del presidente es la ley que acaba de aprobarse a hurtadillas y que restringe gravemente los derechos de las mujeres chiíes, una concesión a los sectores más conservadores de los hazaras.
Éstas no tendrán derecho a salir de su casa sin permiso de sus maridos (salvo causas justificadas que la ley no define) y tendrán que satisfacerlos sexualmente cuando ellos lo deseen, salvo casos de enfermedad. Si desobedecieran, el nuevo texto legal permite a los maridos castigarlas sin alimentos.
La ley también impide trabajar a la mujer chií sin el consentimiento del marido, además de favorecer a éste en todos los asuntos relacionados con la custodia de los hijos.
Pese a las promesas de una nueva revisión de esta ley tras las críticas recibidas de la Unión Europea y Estados Unidos, Karzai no ha cumplido. Y eso que el 90% del presupuesto afgano, que sirve para financiar el Parlamento y los sueldos del presidente y de los diputados, proviene de donaciones extranjeras, incluidas las españolas.
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