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Columna
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La manía del crecimiento

La manía del crecimiento (growthmania) se ha instalado en muchos de los discursos y programas económicos. Se trata de defender aquel paradigma en el que la respuesta a cualquier problema es el crecimiento. Como dirían los economistas, ante el problema de la pobreza, crecer más proporcionaría más empleo a los pobres y más ingresos vía impuestos; o ante el desempleo, invertir y crecer aumentaría la demanda agregada y con ello el empleo. Desde la visión económica siempre han existido dos formas de satisfacer las necesidades de una población: la primera, aumentando el tamaño de la tarta, pero manteniendo las mismas proporciones; y la segunda, redistribuyendo los recursos de manera más igualitaria entre la población.

La Ley de Economía Sostenible acierta al subrayar los límites del progreso tecnológico

Sin embargo, entre ambas vías se resaltan varias consideraciones de relevancia. Se desea evitar el espinoso asunto del reparto de la tarta; se confunde, intencionadamente, los conceptos de maximización con el de eficiencia, e incluso se obvian los límites físicos al crecimiento, olvidándonos de los existentes síntomas de agotamiento. Estas notas vienen a cuento de la apuesta efectuada por el Gobierno con la Ley de la Economía Sostenible.

En una vieja, pero fundamental, polémica entre Georgescu-Roegen y los que más tarde fueron premios Nobel de Economía Solow y Stiglitz, el investigador rumano formado en Harvard advertía sobre los requerimientos de los flujos de energía y de materiales para que pudieran sobrevivir los clásicos modelos formales de economía. Y lo hacía desde la base de que era preciso incorporar al análisis económico los recursos procedentes de la naturaleza y los residuos que van a parar a ella, para lo que era preciso incorporar a los factores productivos del capital, del trabajo y de la tecnología los correspondientes a los recursos naturales para alcanzar el estado estacionario.

Esta discusión es importante porque se puede afirmar, sin ambages de cualquier tipo, que no es deseable una sustitución perfecta de los recursos naturales por el capital para buscar y lograr la eficiencia. Si apostáramos por ello, podría llegar a producirse un agotamiento de la totalidad de las reservas de energía, de los materiales y de los productos, a la vez que confundiríamos el desarrollo tecnológico con el aumento de la eficiencia, descuidando la base de los flujos energéticos y los análisis de los comportamientos de los agentes sociales.

El acierto de la Ley de la Economía Sostenible radica en subrayar que el progreso tecnológico ha de tener límites. Así, se puede calcular la cantidad mínima de energía necesaria para efectuar trabajos, para abordar procesos y para elaborar productos; esto es, los límites están fijados por las leyes fundamentales de la naturaleza. De ahí los conceptos de la sostenibilidad. Por tanto, estamos en disposición de manejar de forma controlada tanto las innovaciones económicas o ahorradoras, las innovaciones por sustitución y las de amplio espectro. Georgescu-Roegen llegó a decir en 1972: "Lo que importa, a fin de cuentas, no es solo el impacto del PIB, sino especialmente, el aumento en la tasa de agotamiento de los recursos que es un efecto colateral del progreso".

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Los postulados de la ley de Economía Sostenible han de basarse en encontrar un criterio que minimice las pérdidas irreversibles a costa de incurrir en pérdidas tolerables. Al minimizar las pérdidas irreversibles nos adentramos en lo que se denomina el mínimo compatible con la supervivencia razonable de las especies. Y cuando hacemos referencia a los criterios de la racionalidad económica convencional (maximización del beneficio a corto plazo) ya sea en el marco de una mayor incertidumbre o en un escenario más predecible, es preciso tomar en consideración todas las acciones dentro de un código de conducta resultante de aplicar el principio de minimizar los remordimientos futuros.

En resumen, si echamos un vistazo a los modelos de crecimiento hasta el momento manejados por los economistas convencionales, se podría llegar a conclusión que no debe ser obligatorio manejar exclusivamente modelos matemáticos para construir una verdadera ciencia, porque bajo la polémica entre las escuelas doctrinales se podría utilizar la licencia expuesta por Georgescu-Roegen cuando dice: "Quo licet Jovi non licet bovi" (Lo que se permite a Zeus, no se permite al buey). Por eso, abrir la discusión a la puesta en práctica de instrumentos y medidas con el objetivo de preservar y racionalizar comportamientos es una buena señal del presente y una garantía para el futuro. En síntesis, un cambio en el modelo productivo.

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