Quizá no haya día después
La ciencia-ficción tiende a pasarse de largo con sus predicciones tecnológicas, y a quedarse muy corta con sus cálculos de la irracionalidad humana. La máquina del tiempo que imaginó H. G. Wells sigue sin existir, pero hace ya 80 años que sus tiranos ficticios parecen un divertimento victoriano en comparación con los periódicos. Aún hoy, los escenarios del apocalipsis que pinta la ciencia resultan mucho más sombríos que los de la sección de ficción.
El problema no es identificar los factores de riesgo. Las posibles causas del apocalipsis que maneja Hollywood son más o menos las mismas que sopesan los científicos, o para el caso cualquier persona sensata: el conflicto nuclear, el agente biológico, la catástrofe ambiental. El problema es que, a diferencia de los guionistas, los científicos no dan por hecho que vaya a haber un día después.
"Cuando la humanidad supere el umbral en que la vida en el espacio pueda autosostenerse", sostiene Martin Rees, jefe de la academia de ciencias británica -la misma Royal Society que presidió Newton-, "entonces nuestro futuro a largo plazo estará garantizado independientemente de lo que pase en la Tierra". Ésa es la parte buena.
La mala es que Rees estima que nuestras probabilidades de haber colonizado otro planeta antes de que nos carguemos éste del todo no superan el 50%. Si caemos en la otra casilla del 50%, lo que llegará no es el día después, sino Nuestra hora final. Así se titula su libro de 2003. Y Rees no es un émulo de Nostradamus, sino uno de los astrofísicos y físicos teóricos más prestigiosos del mundo.
Hace dos años, el Bulletin of the Atomic Scientists (la principal publicación de los científicos atómicos), un comité de 18 premios Nobel y la misma Royal Society de Londres dejaron a 10 generaciones de cineastas y hasta al propio Nostradamus a la altura del betún al anunciar: "Faltan cinco minutos para el fin del mundo". Era un titular de reclamo, por supuesto, pero lo que venía debajo del titular ya era más que suficiente para helar la sangre.
Un día en ese reloj del juicio final representa la historia de la civilización (a medianoche llegará el apocalipsis), y los científicos decidieron recortarlo a cinco minutos, uno de sus mínimos históricos. Primero, por los nuevos riesgos nucleares (Irán, Corea del Norte). Segundo, por los viejos: el mundo ya goza de 27.000 bombas atómicas. Y tercero, por la destrucción de hábitat por el cambio climático.
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