Ponce escribe un manual perfecto
"He aquí un amigo", debió de decirle Enrique Ponce al cuarto toro. El diestro valenciano es de los maestros que entienden al burel que tienen delante como un colaborador para conseguir el éxito más que como un enemigo a quien vencer.
Enrique Ponce se dirigía a brindar el toro en el tendido 4 al director de cine Agustín Díaz Yanes cuando se le arrancó el negro. El valenciano, sin soltar la montera, sacó a los medios al toro con la suavidad de unos muletazos por bajo, que centraron a la res de forma definitiva. Entonces, Ponce cogió su pluma y escribió todo un manual de torear, digno de ser enseñado paso a paso a quien quiera aprender cómo se deben hacer las cosas para que todo salga redondo.
P. SAN LORENZO / PONCE, CASTELLA Y PERERA
Toros de Puerto de San Lorenzo: excelentes de presentación; mansos el segundo y el tercero, con clase cuarto y quinto y muy blando el sexto.
Enrique Ponce: casi entera caída (oreja tras un aviso) y estocada (dos orejas y rabo tras un aviso).
Sebastián Castella: estocada baja (silencio) y media y descabello (saludos tras un aviso). Miguel Ángel Perera, estocada (saludos) y pinchazo y estocada (saludos).
Saludaron los banderilleros Curro Molina, en el segundo, y Joselito Gutiérrez y Guillermo Barbero, en el tercero.
Plaza de Vitoria. 8 de agosto de 2009. Cuarta de la Feria de La Blanca. Tres cuartos de entrada.
Alcanzó Ponce tal transmisión de sensaciones que parecía imposible hacer otra cosa
A Castella le salió el mejor toro de la tarde. Apenas un minuto después, la res se lesionaba
Dice el maestro Antoñete que a los toros buenos hay que ponerse como cuando se está con un amigo. Y Ponce lo hizo a la perfección. Siempre dándole el pecho, de cara, con muletazos suaves para que la res cogiera confianza en sus embestidas; sin un tirón, ni siquiera cuando el del Puerto quiso marcharse hacia toriles. Con la mano derecha la lección subió enteros hasta ligar un cambio de mano en los medios tan soberbio que la plaza se rompió en un clamor que ya no bajó ni un instante.
Pelos de punta, manos en la cabeza y miles de manos tronando cuando cerró con el de pecho una serie iniciada con un lento molinete. Alcanzó Ponce tal arte, tal transmisión de sensaciones, que parecía imposible hacer otra cosa. Y no hubo largas series de toreo en redondo, sino carteles de toros que metían en un sueño a los vitorianos.
Pero aquello no era una casualidad. Con el capote compuso un quite por chicuelinas tan lentas que nunca violentaron al astado. Estaba escribiendo un manual de tauromaquia, con las pausas necesarias que buena parte del escalafón debería tomar nota.
Y tras unos circulares con las piernas completamente flexionadas sonó un aviso abriéndose paso entre la ovación. La estocada provocó el delirio. Dos orejas de golpe y el rabo obedeciendo a unos tendidos entregados al gran maestro de Chiva.
Logró lo máximo y lo hizo con un toro que no pasó de bueno. No fue un astado soberbio, sino que tuvo clase y aguantó, pero quiso rajarse y todos los problemas que sacó se los supo tapar el torero.
Con todo, la faena al cuarto toro era el segundo capítulo de su manual. En el que abrió plaza, un soso y débil ejemplar, Ponce acabó por cortar una oreja a base de no molestar nunca al toro y hacer todo tan a favor del animal que al final le sacó más pases de los que nadie habría pensado. ¡Qué bien entendió al toro! ¡Qué cabeza privilegiada! ¡Qué forma más natural de torear!
Al margen de Enrique Ponce, la corrida no fue buena. Hasta tres veces salió al ruedo el segundo de la tarde, que según pisaba la arena giraba para volverse por la puerta de toriles. Y no lo hizo más veces porque se la cerraron. En los chiqueros tuvo que porfiar Castella, tan aburrido como Perera en el tercero, el otro manso que huía de la muleta del extremeño.
El día estaba hecho para Ponce. La prueba fue que tras el rabo, le salió a Castella el mejor toro de la tarde. Lo vio el francés y brindó al público. Apenas un minuto después, el toro se lesionó una mano y deslució el resto.
Cuando Ponce fue sacado en hombros del moderno coso gasteiztarra, hubo quien ya en la calle comenzó la discusión de si el rabo era un premio exagerado. "He pasado momentos tan artísticos y emotivos, que todavía no puedo empezar a discutir eso", le contestaba su acompañante.
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