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Análisis:HOJAS SUELTAS | el poder en Europa
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Todo a estribor

Europa carece de un poder común, una política económica y fiscal aplicable a todos sus países miembros, una política exterior y de defensa compartidas. Tampoco tiene un idioma predominante

El diálogo "estratégico y económico" emprendido por Pekín y Washington ha disparado las alarmas en Europa. China atesora reservas de divisas y es el gran financiero de la deuda norteamericana, de modo que hay razones para el pragmatismo de Barack Obama respecto al régimen que gobierna el país más poblado del planeta, con la mano de hierro que le caracteriza. Pero los círculos más enterados advierten de que la Unión Europea se arriesga a quedar marginada del escenario internacional, ahogándose en sus crisis internas, en caso de que los contactos anunciados terminen alumbrando una suerte de G-2 chino-estadounidense, capaz de oscurecer la importancia de foros como el G-20 en el que tan trabajosamente intenta instalarse Rodríguez Zapatero.

El británico Tony Blair puede ser malavenido como primer presidente estable de la UE

Todo ese alarmismo viene de europeos que lamentan no ver a la UE convertida en otros Estados Unidos. Pero es inútil llorar por la leche derramada. Europa carece de un poder común, una política económica y fiscal aplicable a todos sus países miembros, una política exterior y de defensa compartidas; por supuesto, tampoco cuenta con un idioma predominante. En realidad sólo existe una política monetaria común, desconectada de las políticas económicas estatales, que además no afecta a todos los países; unos acuerdos fronterizos (Schengen) que tampoco reconocen todos; una amplia legislación sectorial y un presupuesto en el que aún pesa mucho el sector agrario.

Ni diplomacia europea, ni fuerzas armadas europeas, ni Obama europeo. Los impulsos para caminar hacia la integración política quedaron frenados en los primeros años del siglo, cuando España (en tiempos de José María Aznar), Reino Unido (Tony Blair), Portugal (José Manuel Durao Barroso) e Italia (Silvio Berlusconi) apostaron por la Administración de Bush en la decisión de ocupar militarmente Irak, frente a la postura contraria franco-alemana. Con la herida abierta, los intentos de dotar a Europa de "una constitución" han fracasado y la ampliación de la UE a los países del Este es un proceso de digestión complicada. El estallido de la crisis económica en curso cogió a Europa sin liderazgo visible y en servicios mínimos.

Ahora, las cabezas pensantes de Bruselas aguardan el desbloqueo del Tratado de Lisboa como la oportunidad de reorganizar el poder en la UE. Una vez que los irlandeses aprueben el tratado, se acercará el final de las presidencias rotatorias del Consejo Europeo -España desempeñará la del semestre próximo- y se desplegarán las grandes maniobras para nombrar un presidente estable con mandato de dos años y medio, renovable por otros tantos; así como un responsable de Asuntos Exteriores.

Tony Blair, el primer nombre del casting, procede de un país euroescéptico, aunque él sea personalmente de los más moderados. En su época de Gobierno en el Reino Unido no se arriesgó a adoptar ninguna de las políticas comunes existentes (como el euro) y fue uno de los protagonistas destacados de la división de Europa por la guerra en Irak. El ex primer ministro británico guarda silencio, pero ya tiene una barrera de escudos levantada contra él. Tony Blair, como presidente del Consejo, y Durao Barroso, al frente de la Comisión, supondrían "demasiado de lo mismo", por diferentes que sean sus personalidades: Blair es un político más brillante que Barroso, cuyo primer quinquenio en Bruselas se ha limitado a ceder el espacio comunitario a las iniciativas "intergubernamentales". Confiar las riendas de la UE a esta pareja provocará mayores desgarramientos internos.

Ahora bien: ¿esto es un mero juego entre políticos o responde al verdadero estado de la ciudadanía? La cuestión de fondo es el profundo giro de Europa hacia la derecha, como se comprobó en las elecciones de junio pasado. Y sucedió precisamente cuando el electorado de Estados Unidos acababa de arrumbar la política neoconservadora, entregando su confianza a la renovación representada por Obama. Políticamente son dos continentes que parecen alejarse, en medio de la recesión.

Con el timón de Europa a estribor, podría ser más difícil de encontrar la salida. Un socialdemócrata tan original y penetrante como Michel Rocard, ex primer ministro francés, ha sostenido en el diario Le Monde que los electores de junio votaron en masa por aquellos que habían provocado la crisis. Lo que Rocard llama "clases medias superiores" están renunciando al valor del trabajo y prefieren intentar golpes de fortuna rápidos y masivos. La esperanza de grandes ganancias bursátiles se ha hecho demasiado imperiosa y "este comportamiento sociológico es incompatible con el buen funcionamiento y sobre todo con la estabilidad del sistema", asegura Rocard, quien parte del supuesto de que la crisis ha sido producida por el ultraliberalismo económico y la creciente precariedad del trabajo, y no cabe esperar reformas serias por parte de las corrientes que ganaron en junio. Al votar por los conservadores, los electores muestran su adhesión al capitalismo financiero.

Ciertamente, las opciones de izquierda perdieron esas elecciones a lo largo de Europa. Los avances de los ecologistas en Francia y algún otro país no bastan para ejercer de contrapeso. Tony Blair puede ser malavenido como primer presidente estable de la UE, pero el predominio de los democristianos y conservadores a escala continental les garantiza que nadie podrá ser la cabeza visible de la Unión sin su acuerdo. Por lo menos, mientras la gran mayoría de los electores potenciales opte por la abstención, como hizo en junio. Esa mayoría está desmovilizada, no ve propuestas; deja hacer.

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