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Una calle condenada a las obras

Barcelona tiene calles y plazas malditas: condenadas a estar perpetuamente en obras. Una de esas calles es la de Tarragona. La memoria no alcanza a dar cuenta de ella sin excavodoras, vallas, ruido y polvo. Ahora se ha empezado a picar la zona limítrofe a la escultura Dona i ocell, de Joan Miró, para instalar con carácter provisional un cuartel del bomberos. Pero a escasos metros está aún inacabada la plaza de toros de las Arenas, comiéndose parte de la calle. Lleva años, y más que llevará porque las obras están perfectamente paradas, y no por vacaciones.

Hace muy poco que se terminó la construcción de un colector de aguas bajo el parque, lo que tuvo la calle con las entrañas abiertas durante años, por no hablar de lo que se tardó en terminar la edificación de algunas de las torres situadas en el lado opuesto al parque.

Hace muchos años, el Consistorio planeaba convertir la plaza de Espanya en una zona semipeatonal. Todo ha pasado a la historia: la desembocadura de la calle de Tarragona, que un día tuvo una cierta homogeneidad arquitectónica, se ha convertido en un despropósito global donde los edificios no se hablan, con ese último episodio que es la comisaría de los Mossos.

El Ayuntamiento de Barcelona sostiene que los vecinos se quejan de vicio: simplemente, no quieren junto a sus casas un cuartel de bomberos. Es difícil que las sirenas de sus coches provoquen más ruido que la confluencia de la calle de Aragó con la de Tarragona, dos de las que tienen más tráfico en la ciudad. Es difícil que soporten más ruido que el de los camiones que realizaron las obras del colector. Es difícil que levanten más polvo que décadas de trabajos sin que la calle llegue nunca a buen fin. Añade el Consistorio que todo es legal. Cabe. Pero los vecinos parecen estar condenados a soportar obras perpetuas.

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