Revolución cuarteada
Alí Jamenei, líder supremo de la revolución iraní, ratificó ayer el segundo mandato en la presidencia de Irán de Mahmud Ahmadineyad, después de unas elecciones que le otorgaron el 63% de los votos e iniciaron la crisis política más grave de la República Islámica desde 1979. Fue un acto formal, al que seguirá el miércoles el juramento del cargo de presidente en el Parlamento; pero confirmó punto por punto los términos de la crisis política iraní. Como en las viejas estampas de la gerontocracia soviética, los analistas tomaban nota de las ausencias para confirmar las disensiones internas. Las más destacadas, las de los ex presidentes Rafsanyani y Jatamí, indican que una parte de la clase política que integra la República Islámica mantiene su protesta contra el poder y rechazan el Gobierno de Ahmadineyad.
Parece ya un lugar común que la estructura de poder en Irán empieza a fragmentarse debido a la presión de las fuerzas reformistas; y el reformismo adquirió carta de naturaleza, quizá de forma poco articulada, pero consciente, a raíz de las acusaciones de fraude en las pasadas elecciones legislativas. La fisura en la élite del poder fue aprovechada por los descontentos con la situación política y económica del país. Las protestas públicas pusieron a la nación en vilo durante varias semanas, se enfrentaron a una represión violenta que se cobró 30 muertos y abrieron las expectativas de cambio, si bien no a corto plazo. La violencia institucional ha frenado la protesta, pero una parte importante de la población ha perdido el miedo.
El discurso de ayer de Ahmadineyad, con sus consabidas apelaciones a los perversos países occidentales que interfieren en el paraíso iraní, muestra que su percepción monolítica del mundo no ha cambiado. Desgraciadamente, indica también que es muy poco probable que mejoren el empleo y la inflación, gravemente deteriorados durante su primer mandato. Van a ser cuatro años muy difíciles para Irán.
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