'Moonwalking'
La figura de Michael Jackson, su turbulenta vida y su muerte súbita, escapa a cualquier simplificación. Era, de base, cantante y bailarín (con una larga obra que a mí nunca me ha gustado), pero en el fondo era un transgresor dedicado a la provocación y entregado a sus caprichos, los que ventiló la prensa y los que, gracias a Dios, no tuvo a bien ventilar. Cuando era muchacho y estaba en la cima del mundo, se le ocurrió casarse, y lo hizo con uno de los símbolos más potentes de su país: la hija de Elvis Presley. ¿Por qué?; atendiendo un poco a su historial pueden descartarse el sexo y el dinero, más bien se trataba de un desafío: "¿Con quién podré casarme para tocarles las narices a mis compatriotas?", y una vez conseguido el objetivo, para tocarlas con más descaro, la abandonó. En el tema de la pedofilia, que ha sido descaradamente silenciado en sus obituarios, operaba más o menos la misma lógica: mientras más crecía el rumor de su patología, más se dedicaba él a exhibirse rodeado de niños y a declararles públicamente su amor; la forma en que se defendió de las acusaciones de pedofilia, en un par de programas de televisión, fue espeluznante: en cuanto aseguraba que todo era una gran mentira, inmediatamente después contaba de un niño que vivía con él y, a veces, dormía en su cama, pero todo era inocente, aseguraba, no había en ese acto nada impuro, como si la pura imagen de ese acto no hubiera sido ya una invitación al escalofrío. ¿Por qué seguía contando, con todo detalle, sus relaciones con niños, cuando más bien hubiera tenido que matizarlas?; la respuesta, me parece, sería la misma para estas dos preguntas: ¿por qué se fue a casar precisamente con la hija del rey?, ¿por qué, sin ningún tipo de pudor o empacho, se volvió un hombre blanco?; la respuesta a estas tres preguntas, como digo, es la misma: porque era Michael Jackson y podía hacerlo, porque su megalomanía lo llevaba a pensar, y al final tuvo razón, que nadie iba a atreverse a condenarlo. La historia de Michael Jackson, que todavía promete dar algunos coletazos, se parece más a la de un emperador crápula, a la de un sátrapa, que a la de un cantante bailarín. No sea usted cómplice, no vaya haciendo el moonwalking por ahí.
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