El tiempo sonoro
Alguien dijo que había dos tipos de personas: las que clasificaban a las personas en dos tipos y las que no. Pero lo cierto es que sí hay dos tipos de personas: las que soportan el tictac sonoro de los relojes de pared, de mesa, de mesilla o de donde sea, y las que no. Para las que formamos parte del club de éstas últimas, es un gran misterio cómo puede aguantar la gente ese recordatorio perenne de lo transitorio de la vida.
Para visualizar el tiempo, para medirlo y representarlo, los humanos hemos inventado todo tipo de instrumentos. Para empezar, el reloj de arena, el reloj de sol, el reloj mecánico, el reloj digital. La cuestión es que el mecánico, además de hacer visible el tiempo, lo hacía audible. En las casas de nuestros mayores había o hay un pesado reloj que mueve sus agujas de manera absolutamente sonora. Es más, en muchas casas conviven o han convivido con campanas horarias y hasta con cuartos a los cuartos, y así día y noche, día y noche. Un animal monstruoso cuyos latidos, rítmicos e imparables, resuenan como un tambor y van devorando, poco a poco y de manera inexorable, nuestros propios latidos: éstos se pararán; seguirán aquellos.
¿No es incluso el silencio más absoluto preferible a eso? No para todos. Bernardo Atxaga contaba que una vez, en un pueblecito de Castilla, fue a pedir un despertador a su vecino de entonces, un anciano viudo y sin familia. "¡Pero, cómo! ¿No tienes despertador?", exclamó él atónito. Entró rápidamente en casa y volvió con un aparato grande y de color plateado. Poniéndoselo en las manos, le dijo: "¡Amigo, cómprate un despertador! ¿No ves que hace mucha compañía?". Es evidente que se trataba de un despertador bien sonoro. Atxaga pensó que la respuesta del anciano habría valido para una definición: "Soledad: situación en la que hasta el 'tictac' de un reloj se convierte en compañía. Sentimiento de quienes se hallan en tal circunstancia".
Otra cuestión es la velocidad rítmica de ese tiempo sonoro. Porque, verán, hay incluso quien habla de un complot: desde el siglo XVIII los principales relojeros habrían decidido reunirse de tanto en tanto para regular el ritmo del tictac y acelerarlo progresivamente, de siglo en siglo. Los antiguos relojes de pared hacían "baaang, baaang...", mientras que los de ahora hacen "tictac, tictac, tictac"; entre el tic y el tac antiguamente se contaba un segundo largo, mientras que nuestros tictac se suceden a un ritmo que parecería vertiginoso a nuestros bisabuelos. El animal monstruoso acelera sus palpitaciones y las nuestras le imitan: rápido, rápido... Se non è vero, è ben trovato.
Hay dos tipos de personas: las que piensan que a estas alturas lo mejor del verano ya ha pasado, y las que creen que todavía está por venir. Quítese "verano" y póngase "vida" o lo que se tercie. Y es que, al fin y al cabo, el tiempo pone el compás, pero la música corre a nuestra cuenta.
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