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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Obama pierde fuelle

La reforma sanitaria prometida por el presidente de EE UU afronta obstáculos crecientes

Racionalizar y hacer más igualitaria la asistencia sanitaria en Estados Unidos es una asignatura históricamente pendiente. Presidentes que lo han intentado más o menos tímidamente han encontrado barreras de intereses (desde aseguradoras a médicos, desde empresas a hospitales) que exigían mayor voluntad política o menos torpedeo legislativo. El último plan, pilotado por Hillary Clinton, se saldó con gran fracaso en 1994. Resulta imprescindible, empero, hacer algo con un sistema que pese a ser el más costoso del mundo (EE UU gasta proporcionalmente en sanidad casi el doble que cualquier otro país rico) produce escasos resultados en temas tan básicos como la mortandad infantil o la esperanza de vida. Y que, sobre todo, deja a la intemperie a casi 50 millones de personas.

Nadie debería estar en mejores condiciones para hacerlo que Barack Obama, con una sólida mayoría parlamentaria y que llegó en parte a la Casa Blanca con el mensaje de cambiar ese modelo privado e ineficiente y hacerlo más justo y barato Es decir, aproximarlo al universal predominante en Europa. Las promesas de Obama, revalidadas recientemente, parecen, sin embargo, encalladas, pese a que en buena medida la credibilidad del presidente depende de su cumplimiento.

Se descarta prácticamente que representantes y senadores voten la ley antes de las vacaciones de agosto. Pero el problema no es de tiempo (Obama se da plazo hasta finales de año), sino económico y político. Aunque EE UU mantenga una sanidad básicamente privada, los costes de su reforma y extensión a quienes carecen de seguro son astronómicos. El billón de dólares que se maneja agrava un déficit público ya monumental, acentuado por la recesión. La reforma es denostada por la derecha republicana, pero también crece el desinterés de los legisladores demócratas conservadores, que no ven claro que se financie con nuevos impuestos a las empresas y a los ricos. Y que desaprueban, como muchos ciudadanos cuya decepción reflejan los sondeos, que el presidente se alinee regularmente con el ala más liberal del partido.

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Sin un empuje decisivo, la sanidad de Obama puede quedarse en una versión aguada, que permita a la Casa Blanca salvar la cara anunciando que la medicina llegará a más estadounidenses. Pero muy lejos del desguace del sistema en el que muchos habían creído.

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