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OPINIÓN
Columna
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Una fruta aún verde

El PP y sus medios de comunicación han descalificado con patriotismo zarzuelero y claustrofóbico propio del pasado el viaje a Gibraltar realizado esta semana por el ministro Moratinos para celebrar con el secretario del Foreign Office y el ministro principal del Peñón la tercera reunión del Foro Tripartito del Diálogo, abierto en 2006. De creerles, el lugar elegido para el encuentro -los anteriores fueron Córdoba y Londres- constituiría en sí mismo una traición y un insulto a la dignidad nacional por haber sido la primera visita de un gobernante español al Peñón desde su conquista por los ingleses hace tres siglos.

Esa anacrónica reacción parece olvidar que España y Reino Unido no son hoy las belicosas potencias del siglo XVIII que se declaraban la guerra o firmaban la paz, sino dos países democráticos socios de la Unión Europea y de la OTAN cuyos gobernantes participan en sus centros de decisión. En la retórica huera de esa fanfarria heroica resuenan los ecos de las Reivindicaciones de España inventariadas en 1941 por Areilza y Castiella: sobre cualquier diálogo entre un español y un inglés se proyectaría "como una sombra de rencor el perfil altivo de la Roca usurpadora". Durante el franquismo, el monotema gibraltareño convirtió a la cartera de Estado en un Ministerio del Asunto Exterior e inculcó en los diplomáticos como enfermedad profesional esa obsesiva especialización.

El viaje del ministro Moratinos a Gibraltar y la reunión del Foro de Diálogo provocan una tormenta política

La desmedida crítica del PP y de sus medios se extiende a la agenda del Foro de Diálogo, culpable de ocuparse exclusivamente de asuntos relacionados con la cooperación y de marginar las reivindicaciones de la soberanía española sobre los estratégicos siete kilómetros cuadrados conquistados por Inglaterra en la Guerra de Sucesión. Pero los estériles debates sobre el título X del Tratado de Utrecht cobran un aire fantasmagórico tras las resoluciones de Naciones Unidas, que sitúan el conflicto dentro del marco descolonizador y señalan como guía de solución dos principios contradictorios entre sí: la integridad territorial española y los intereses de la población gibraltareña. Pese a la profecía franquista de que Gibraltar era una fruta madura macerada por los siglos, los años no le han quitado su verdor.

Además de su transformación en una base militar de la OTAN, la antigua fortaleza no alberga sólo a los efectivos de la guarnición, sino también a una población de 30.000 habitantes, descendientes en parte de gentes inmigradas desde países mediterráneos y otros lugares del imperio británico. Sería ridículo ignorar que el 98,97% de los gibraltareños se pronunció en el referéndum no vinculante del 7 de noviembre de 2002 contra cualquier cambio del actual régimen de soberanía. En un interesante estudio sobre Gibraltar, Ceuta y Melilla (Siglo XXI Editores, 2003), el embajador Máximo Cajal concluía con razón que el repertorio jurídico del conflicto está prácticamente agotado: "Se trata de cuestiones eminentemente políticas, y políticas deben ser las medidas aplicadas".

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