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Columna
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Universos paralelos

Leo eso de que "me aburro" es la queja cotidiana de un niño en vacaciones. Sobre todo la del niño que, acostumbrado durante el curso a tener un sinfín de actividades extraescolares, se encuentra de pronto perdido en un océano de tiempo libre. Muchos padres se estresan pensando que es su responsabilidad planear y programar también ese ocio del menor. Sin embargo, es el niño el que ha de aprender a convertir ese vasto territorio no en un desierto interminablemente árido, sino en una selva donde se esconde una aventura detrás de cada árbol, o en una isla a la que arriban unos náufragos perseguidos por unos piratas. Quien tiene en sí la semilla de la imaginación no se aburrirá jamás. Quien la abona con cuentos, novelas, comics, películas, juegos, nunca estará perdido. El vasto territorio será un territorio de promesas, de posibilidades de estar aquí, pero no estar aquí: de explorar un universo paralelo.

Me viene a la mente Francie Nolan, la niña protagonista de una de las novelas más deliciosas jamás escritas, Un árbol crece en Brooklyn, de Betty Smith. La fértil fantasía de Francie puede extraer una historia de cualquier parcela de la realidad. Cuando está aprendiendo a sumar, por ejemplo, se imagina que cada número es el miembro de una familia y el resultado, un grupo familiar con su historia. El cero es un bebé, no da problemas. Si aparece por ahí sólo debes llevarlo contigo. El uno es una niña bonita que está aprendiendo a caminar y que se puede llevar de la mano; el dos, un niño que puede andar y hablar un poco, y que no da demasiadas dificultades. El tres es un niño que va a la guardería, y al que hay que vigilar. El cuatro, una niña de la edad de Francie; tratar con ella es casi tan simple como tratar con el dos. El cinco es la madre, dulce y amable. En las sumas muy complicadas, llega ella y lo resuelve todo, como deben hacer las madres. El padre, el número seis, es más difícil que los otros, pero muy justo. En cambio, el siete es malo. Es un viejo abuelo jorobado y no muy de fiar, como indica su forma. La abuela, el ocho, también es difícil, pero menos complicada de comprender que el siete. El más duro es el nueve, quien sólo es un huésped, y a quien cuesta hacer encajar en la vida familiar.

Así que tras la suma, Francie se imagina una pequeña historia. Si le sale 924, quiere decir que el niño y la niña se quedarán solos con el huésped y que el resto de la familia se irá de paseo. Cuando aparece el 1.024, que los niños pequeños jugarán todos juntos en el patio. El número 62 indica que el padre llevará al niño a dar una vuelta; el 50, que la mamá irá con el bebé a tomar el aire en el carrito; y el 78, que los abuelos se quedarán delante de la chimenea, en una tarde de invierno.

Y es que, quien sabe ver una historia incluso detrás de una cifra, nunca se aburrirá. Esté donde esté, encontrará la realidad poblada de universos paralelos.

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