Un día como hoy
Lo que nos une a nuestro tiempo es su música, las canciones que se componen, se graban y se interpretan mientras transitamos los días. La vida se nos ha ido quedando prendida en los vinilos que sonaron en el salón de la casa de nuestros padres, en los casetes que engulleron los primeros coches, en las melodías que hoy vaporiza el iPod. Y, a la vez, esas canciones escarifican nuestra época.
Por eso hay grupos que sentimos propios, bandas que nos han acompañado durante años conformando la esencia de un tiempo al que también pertenecemos. Cantantes que, sin querer, han coloreado nuestras noches de marcha, los bailes lentos, los viajes de fin de curso, las mañanas de sábado en los pisos recién estrenados. Intérpretes con los que imperceptiblemente hemos establecido un vínculo y forman ya parte de nosotros.
Se ha producido un regreso de grupos legendarios que nos permite viajar en el tiempo
Y así, inesperadamente, llega un día como hoy en el que, sin entender por qué, necesitamos verles. Pasado mañana actúa en Madrid Madonna. Conozco a mucha gente que no es realmente fan, pero acudirá al concierto porque Madonna les pertenece y ellos, a la vez, sienten que se deben al tiempo que Madonna representa. A veces uno se percibe fuera del mundo si no se integra en los fenómenos que vertebran su historia, si no cumple con las pasiones que le motorizan, si no corea las consignas o los estribillos que sabe de memoria.
Igual que con Madonna ocurre con U2, que este verano ha sorteado dolorosamente nuestra ciudad; y con AC/DC, que, sin embargo, tocó hace un mes y medio en Madrid; o con Metallica, que lo hizo la semana pasada. Bandas que han estado a nuestro lado desde el principio de los recuerdos, que lanzaron sus mejores discos y ofrecieron sus mejores recitales en la explanada de la memoria que se va ensanchando a la espalda de los treintañeros.
Pero este verano, Madrid nos brinda la posibilidad, no sólo de rendir tributo a los copilotos musicales de toda nuestra biografía, sino a aquellos compañeros de viaje que perdimos por el camino. Cada uno, mientras crece, va abandonando individualmente a los músicos que una vez sintió cómplices. Sin embargo, cuando el grupo se disuelve, la ruptura es innegociable, simultánea y global. Ése es el drama que hoy tenemos la ocasión de subsanar. En septiembre actúa en la capital Status Quo y, dos meses después, Spandau Ballet. Bandas míticas de los ochenta que nos ofrecen un déjà vu, un tour por la nostalgia, por la adolescencia que armonizaron.
Como consecuencia de las exiguas ventas de discos y de la añoranza personal y musical de algunos artistas, se ha producido un generalizado comeback de grupos legendarios que nos permite, de repente, viajar en el tiempo. La alianza entre la música y su periodo, la permeabilidad de los años a las composiciones que los empapan facilita el milagro. Las canciones son compuertas sonoras a su época y hoy podemos colarnos en los idolatrados años sesenta y setenta gracias al regreso de sus estandartes musicales. La semana pasada tocaron en Madrid Jerry Lee Lewis y John Fogerty, líder de la Creedence Clearwater Revival; esta noche lo hacen Eagles y, en septiembre, Leonard Cohen estremecerá el Palacio de Deportes. En los últimos tiempos han pasado por nuestra ciudad verdaderas apariciones como The Who y The Police, además de iconos de la estatura de Chuck Berry, Paul McCartney, The Rolling Stones o Bob Dylan. Vivir en Madrid brinda estos privilegios: no tener que coger un tren, un autobús o un avión para citarnos con la historia.
De la misma forma que muchos sentimos la necesidad de cumplir con nuestra época, de saldar una cuenta con nosotros mismos asistiendo a conciertos de grupos contemporáneos, ante la oportunidad de escuchar a las auténticas figuras musicales de todos los tiempos vemos, sencillamente, un fabuloso regalo. Los años sesenta y setenta son el Shangri-La del pop y rock, una era dorada que aún alumbra. Así que las actuaciones de algunos de los principales artistas de aquel momento representan, para mi generación, una asombrosa puerta a otra dimensión, un agujero negro, una madriguera de conejo, un DeLorean que nos transporta a un lugar no vivido pero largamente evocado y añorado a través de sus canciones. Quizá la fantasía del viaje en el tiempo no sea realmente un sueño, sino simplemente un segundo de ojos cerrados en un extraordinario concierto.
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