El hombre terremoto
En 1984, la revista Rolling Stone publicó un devastador reportaje sobre la muerte "por sobredosis de metadona" de la quinta esposa de Jerry Lee Lewis. Aunque el caso no llegó a juicio, aquel texto planteaba serias dudas sobre el suceso, sobre el funcionamiento de la justicia y sobre la propia humanidad de Jerry Lee. Éste, poco habituado a ese tipo de críticas, solo pudo balbucear: "Pero ¿no se suponía que Rolling Stone estaba de nuestro lado?".
Jerry Lee Lewis tiene modales de forajido y la simpatía de la sociedad sureña, que ama a los pecadores arrepentidos, aunque sean crónicos. Después de todo, se sabe que es primo del telepredicador Jimmy Lee Swaggart, que le solía recriminar su dedicación a la "música del diablo". Mucho riesgo el dedicarse a tirar piedras morales: Swaggart se hundió cuando le pillaron, más de una vez, en compañía de prostitutas. Y aun así, todavía cuenta con feligreses.
Este paleto tiene magia y derrama poderío. Se apodera instintivamente de cualquier canción
Los pecados de Jerry Lee Lewis han sido más visibles. Fue uno de los propagadores del rock and roll -¡ritmos negros corrompiendo a la juventud blanca!-, pero se redimió cantando vigoroso country en los años sesenta y setenta. Ha llevado una vida rica en excesos, compensada por ese sentido del remordimiento que le empuja a lamentar periódicamente no haberse consagrado a la Biblia.
Estamos hablando de una criatura atormentada, un desastre con patas. Ha soportado el fallecimiento de mujeres e hijos. Se ha declarado en bancarrota, ha sido acosado por la Hacienda federal. Mal bebedor, ha tiroteado a músicos y amigos, aparte de destrozar coches y casas. De alguna manera se le disculpa todo, ya que se intuye la fuente de su amargura: haber sido eclipsado por Elvis Presley. En 1976 se presentó con una pistola en la entrada de Graceland, reclamando la presencia de su colega; la policía de Memphis se conformó con desarmarle y llevarle a dormir la mona a la cárcel.
¿Y a quién echar la culpa? Jerry Lee ha adquirido reputación mundial, pero siempre ha funcionado como un cantante rural, un patán venido de Luisiana. Nunca entendió las fuerzas liberadas por la eclosión del rock and roll. De repente, se encontraba actuando en las fiestas de L'Humanité, ante decenas de miles de adoradores, y le preocupaba qué pensarían en Tennessee si se enteraban de que había sido contratado por el Partido Comunista Francés.
Con todo, este paleto tiene magia y derrama poderío. Instintivamente se apodera de cualquier canción, trasportándola hacia su territorio salvaje. Se funde con el piano y se convierte en el epicentro de un terremoto imparable, emitiendo ondas sísmicas que alborotan cualquier recinto. Sus músicos apenas pueden seguirle: estamos ante una fuerza de la naturaleza, un frenesí desatado, un profeta del desenfreno.
Babelia
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