Un Tourmalet descafeinado
Está claro que a cada uno nos gusta el café de una manera. No es broma que digan que España es uno de los pocos sitios en los que se puede encontrar a un grupo de cinco o seis personas y que cada uno esté tomando un café distinto al que toma el de al lado.
Y no hablo del tipo de café, sino de la presentación: uno solo, otro con hielo, otro doble en vaso grande, otro cortado que no manchado, sin confundir... Y así hasta donde nos llegue la imaginación. A mí concretamente cuando veo el Tour me gusta tomar uno cargadito, para que te quite la modorra de las primeras horas de la tarde. Y como espectador siempre tengo la esperanza de que a los corredores les guste lo mismo, para que estén activos y valientes, con actitud e instinto agresivo. Pero en un día como el de ayer, para ser solidarios con el diseño y el desarrollo de la etapa, hubiese sido pertinente tomarse un descafeinado.
Y es que si este año el recorrido por los Pirineos ha sido poco más que testimonial, pues incluso la etapa de ayer prometía más por los nombres que por el perfil, yo sí que esperaba más lucha por parte de los corredores en estos días, especialmente en un puerto tan mítico como el que se ascendía. La verdad es que aunque la sombra del Ventoux (otra de las míticas subidas que tendrán que ascender el penúltimo día de carrera) es alargada, no hay muchas oportunidades que desaprovechar para los que se les da bien la escalada. Y aunque el equipo Astana no lleva el liderato real, sí que lleva el virtual, así que sus rivales deberían al menos intentar desgastar su potencial.
El Tourmalet es un puerto de leyenda. No es ni el más duro, ni el más largo ni el más inhumano, pero no por ello deja de ser un mito. Sólo hay que remitirse a la historia para entender por qué. Pocos puertos hay en los que quede registrado el nombre del primer corredor en pasar por el alto, y éste es uno de ellos. Ayer mi compañero Gárate ocupó ese hipotético podio en el paso por el alto, haciéndolo en tercera posición. Juanma esprintó a sus compañeros de escapada por orgullo y amor propio, sabiendo que si ganaba esa pequeña batalla tendrá una anécdota más que contar a sus nietos en un futuro.
Pero tras el paso por la cima, y una vez neutralizado el grupo de Gárate -el que hacía de puente entre los dos escapados y el pelotón-, la etapa no dio mucho más de sí. Por momentos parecía que ciertos equipos ambicionaban la etapa y se ponían a trabajar. Pero se vio que son muchos los que necesitan este día de descanso, porque las fuerzas fallaron por detrás. Mis compañeros de equipo se empeñaron en el trabajo, pues el hecho de llevar a Freire en ese grupo reducido era toda una garantía de victoria; pero no, simplemente no pudieron. Querer se vio que querían, pero poder, también se vio que no podían. Una pena para Óscar, al que este año, con un Cavendish imbatible en las llegadas para velocistas puros, no le sobran oportunidades.
Un Aspin corto y con hielo, y un Tourmalet descafeinado aunque bien cargado de azúcar, que el público no faltó -nunca lo hace- a su cita. En eso quedó la etapa de despedida de los Pirineos. Nueva victoria francesa -en este caso para Fedrigo- en la víspera del primer día de descanso, que, pudimos comprobar, ya va haciendo falta.
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